Reseña de cómic
Siempre tendremos 20 años.
de Jaime Martín
Lorenzo Araya Suárez
Editorial: Norma Editorial
Autor: Jaime Martín
Encuadernación en cartoné; 23×30,2 cm.
Color. 156 páginas.
1ª edición: septiembre de 2020
Título original: Nous aurons toujours vingt ans (Dupuis, 2020)
ISBN: 978-84-679-4126-5
Precio: 25,00 €

En estos momentos ya resultará ocioso empezar con comentarios del tipo de que «Siempre tendremos 20 años» es uno de los mejores cómics del año. Para empezar, porque ya aparece, y con toda justicia, en casi cualquiera de las selecciones de lo más destacado publicado en 2020.
Tampoco es fácil innovar en la exposición de las excelencias de esta obra. Nos contentaremos con intentar no repetir todo lo ya dicho por otros y, al mismo tiempo, ser útiles a quienes aún no sepan nada del tebeo.«Siempre tendremos 20 años» cierra una serie de tres álbums en que Martín narra su saga familiar: desde el servicio militar de su padre («Las guerras silenciosas», 2014) y pasando por la posguerra de sus abuelos («Jamás tendré 20 años», 2016). No podemos hablar de trilogía, porque no hay una continuidad entre los tres libros, sino que es más bien un tríptico en que el autor nos narra tres lugares, con ello elevados a ejemplares, de la historia de su familia.
Esta línea de trabajo entronca, nos parece, con la que inauguraron Antonio Altarriba y Kim con su ya clásico «El arte de volar» (2009). Sobre todo, el inicio de «Siempre tendremos 20 años» guarda un fuerte aire común con otras estupendas obras recientes como «Estamos todas bien» (2017), de Ana Penyas, y «Regreso al Edén» (2020), de Paco Roca, donde también la residencia de un grupo familiar extendido establece el punto de inicio del drama.
Ciertamente Jaime Martín se separa pronto de esta vía del relato, en el momento en que el foco se sitúa sobre sí mismo. Y es que el protagonista de este álbum es el propio autor, que narra dos dimensiones de su consolidación como persona: su vida en el barrio y su relación con los cómics.
La primera de esas dimensiones gira alrededor de un eje musical: la entrada del rock en su vida va a determinar sus relaciones de amistad y, con ello, sus lugares y actividades de ocio y su apariencia física. Aquí el aire común lo encontramos con obras como «Historias del barrio» (2011), de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí, y «Heavy 1986» (2016), de Miguel B. Núñez. Lo cierto es que de lo que se trata más bien es de un retorno, puesto que, como este mismo cómic informa, fue Jaime Martín el que inauguró el género allá en las postrimerías de los años 80, con su trabajo en la revista El Víbora.A este respecto nos parece tan fácil como engañoso recurrir al lugar común de que, contando sus vivencias, el autor nos estaría ofreciendo al mismo tiempo una panorámica de España desde el fin de la dictadura franquista. Y no afirmar tal cosa no es en manera alguna un demérito de la obra, sino, como intentaremos mostrar, todo lo contrario.
Aunque la historia comienza con la muerte del dictador y se extiende hasta la publicación por la editorial Dupuis de «Les guerres silencieuses» en 2014, el núcleo del relato se desarrolla en los años 80, en que se establecen las dos dimensiones citadas.
El escenario es una ciudad del extrarradio de Barcelona (lo que vale lo mismo que decir del extrarradio de cualquier capital española del momento), una zona obrera poblada de gente que, en diferente medida, se esfuerza por no naufragar en la desesperanza de la crisis económica y social del cambio de época: lo que antes valía ya no vale, y la adaptación a las nuevas reglas siempre se cobra tributo en ruinas personales: de aquellos menos flexibles, pero también, y sobre todo, de aquellos a los que el sistema engañó para construir sobre sus despojos el nuevo mundo.
Los jóvenes, poco más que adolescentes, acorralados entre el fuego cruzado del pasado que se desmorona y el futuro que aún no se muestra, buscan trinchera en la amistad cimentada sobre ritos tribales: música, vestimenta, argot, drogas…Es aquí donde ciframos el mayor valor de este libro: no en describir una época, sino una tipología concreta: los hijos de inmigrantes (en este caso de provincias, pero sin dificultad se puede generalizar a cualquier inmigrante) que se establecieron en las ciudades satélite de grandes urbes. Es aquí donde unos y otros nos veremos reflejados: unos porque vivimos prácticamente las mismas experiencias, otros porque las están viviendo equivalentes. No hay diferencias esenciales entre los jevis de Jaime Martín, mis grunges o los traperos de ahora. El estupor, la arrogancia y la ira son los mismos.
Y en todo ello hay que reconocerle a Martín el temple de permitir que los personajes sean los que muestren el estado de cosas, en lugar de que el autor, por medio de textos de apoyo o con diálogos impostados, imponga su tesis. Si un personaje da una opinión simplista, es un lance natural de la obra; si la da el autor, es un defecto de la misma. Cuando se hace bien, como en este caso, es el lector el que emitirá juicio tras valorar las pruebas aportadas por el autor. Lo otro es la trampa de predicar a conversos.
La segunda dimensión mencionada también ofrece interés. La relación de Martín con el cómic, su evolución dentro de esta cultura (que es la propia maduración del medio en España), se enlaza con las dificultades para entrar dentro de su industria. Aquí también es el autor un desarraigado, que ya no pertenece a la clase asentada de dibujantes de revistas ni aún tiene ante sí los nuevos territorios de la novela gráfica. Hoy la situación no es fácil, pero al menos todos saben a qué atenerse, que siempre es preferible a la incertidumbre.
En todo caso, Jaime Martín nos ofrece un testimonio de primera mano de cómo funcionaba la industria del tebeo español en la -dilatada, como a cámara lenta- época de su derrumbe, tan previsible como silencioso. Permítasenos recomendar, para el que quiera profundizar en el tema, el estupendo libro «Del Boom al Crack» (2018), al cuidado de Gerardo Vilches.En cuanto a la parte gráfica, dos apreciaciones que la resumen, creemos, bien: a) el Sr. Martín dibuja como los ángeles; b) su narrativa es espontáneamente efectiva. Sobre a) no hay mucho más que añadir. Por hacer una descripción muy somera, su dibujo va en la línea del realismo caricaturesco de Frederik Peeters o Pazienza. Sobre b) sí quisiéramos dar alguna explicación.
Enmarcada en una armadura bastante clásica: por lo general, las cuatro filas estandarizadas por el álbum francobelga, la historia discurre como el agua de un arroyo: como producción de la Naturaleza, sin artificio. Pareciera que no hay una reflexión detrás de cada elección narrativa, sino que es la propia historia la que se cuenta a sí misma. Un prodigio historietístico solo al alcance de autores que respiran cómic (y queda abierta la cuestión de si es resultado de oficio o de genio).
El color, también de Jaime Martín, acompaña a la perfección al dibujo y al relato, ensalzando al uno y remarcando al otro. En ningún momento le resta protagonismo al trazo que delinea las figuras y, al mismo tiempo, añade matices psicológicos a personajes y entornos. En general son masas de color uniforme, pero que estallan en efectos digitales en algún momento bien seleccionado, así como algunos degradados nada aparatosos.La obra está dividida en un prólogo, cinco capítulos y un epílogo, que acotan núcleos temáticos más que lapsos temporales: entre algunos capítulos transcurre poco tiempo, mientras que dentro de un mismo capítulo sí llega a suceder algún salto proléptico. Cada capítulo desarrolla un, por llamarlo de algún modo, concepto general.
Al final del volumen se incorpora una cronología que, a nuestro entender, aporta poco al álbum y que parece más bien una contextualización general para el lector francés. No olvidemos que este cómic es originariamente un producto de aquel mercado, aunque, a la vista de los créditos, hemos de suponer que los textos de la edición española son del propio Jaime Martín y no fruto de una traducción.
En conclusión, un estupendo cómic, tanto en su presentación como en su contenido, que se lee con agrado, que asombra estéticamente y que, además, nos aporta elementos de reconocimiento a los que vivimos esa época y de conocimiento a los que no la han vivido.