Reseña de Cómic
Mientras el mundo agoniza
de Carlos Giménez

Lorenzo Araya Suárez


Editorial: Reservoir Books
Autor: Carlos Giménez
Color: Carlos Vila
Encuadernación en cartoné. Color. 240 páginas.
1ª edición: febrero de 2021
ISBN: 978-84-17910-26-6
Precio: 34,90 €

Portada del álbum

Carlos Giménez rellena con este largo álbum la oquedad dejada en su «¡El fin del mundo!». Y no parece que se trate de una obra ad hoc, sino ya proyectada desde entonces.

Hagamos un poco de historia. Hace unos años, Giménez decidió darle un final a sus dos series legendarias de juventud, en las que construyó su estilo y cimentó su nombre: el western «Gringo» y la space-opera «Dani Futuro», escritas por Manuel Medina y Víctor Mora, respectivamente. Ambas conclusiones componían el álbum «Punto final», que no era un mecánico cierre de las aventuras de aquellos dos antiguos personajes, sino un aggiornamento en toda regla.

Considerar aquello como un mero vuelco en esas series de la amargura de las obras recientes de Giménez nos parece que es quedarse en un examen superficial y minusvalorar el talento creativo de su autor. Pero precisamente este ya ha dado, en su larga carrera, más que muestras de que de talento está sobrado. Así que, aunque solo sea por respeto a una trayectoria monumental, el intérprete está obligado a penetrar la superficie de aquel cómic.

Para empezar, tanto «Gringo» como «Dani Futuro» pertenecen a una época editorial en que la distinción entre cómic juvenil y cómic adulto no estaba bien definida, de modo que se repetían una serie de tópicos y se respetaban una serie de límites acordes a tal indefinición y que se asumían por defecto.

Y es esta normalización la que transgrede Giménez en «Punto final». Y lo hace de la única manera en que la transgresión no se cumple plenamente, no culmina (o sea, no llega a la revisión extrema que Alan Moore le efectúa a Marvelman/Miracleman): manteniendo los tópicos, pero infringiendo los límites. Así, no dejan de ser un western y una space-opera, pero donde se muestra lo que nunca se mostraba, lo que siempre sucedía fuera de escena: las consecuencias de la violencia. Por eso ahora estamos ante dos tragedias, en lugar de dos meras aventuras juveniles: la exposición ejemplarizante de la desmesura del sufrimiento y de la desmesura de la respuesta y su castigo (aquello ya muy conocido de la hýbris y la kátharsis).

Entonces, las historias del Gringo y de Dani Futuro en ese libro terminal no eran tanto sus últimas historias (porque, de hecho, nada exige en ellas que lo tengan que ser) como lo último que Carlos Giménez quería contar sobre ese modo de hacer cómics. Algo así como los cómics de aventura que Giménez hubiera hecho si no hubiera estado maniatado por lazos externos: las convenciones editoriales; y lazos internos: los propios hábitos lectores. Por así decir, los cómics de aventuras que se intentan liberar de su infantilismo inconsciente.

Y en todo esto, ¿cuál es el lugar de «Mientras el mundo agoniza»? No es una continuación del punto final puesto a Dani Futuro en el álbum anterior, ni un simple añadido sobrevenido, sino que rellena un hueco temporal dejado en este. Esto nos hace sospechar que esta historia no es una ocurrencia tardía, sino que forma parte del proyecto original. De hecho, Giménez la realizó en 2019, aunque no se publica hasta principios de 2021 (desconocemos si por causas estrictamente editoriales o debido al parón de la pandemia de 2020).

Es una aventura inusualmente larga, narrada con gran dinamismo. Quizá su extensión haya provocado que el ya estilizadísimo estilo de Giménez caiga a veces en un exceso de esquematización, con figuras a veces anquilosadas y algunas, pocas, composiciones sorprendentemente torpes para un dibujante de este nivel. La armadura de página (la mise en page) es principalmente de tres filas de viñetas, aunque con algunas variantes puntuales, siempre a favor de la narración. Desde luego, la sintaxis narrativa está al servicio de la semántica, y el relato fluye con naturalidad, de modo que no es difícil leerse las más de doscientas páginas de una sentada.

En todo caso, Giménez se mueve con total desenvoltura en estos escenarios de ficción futurista y su dibujo, como siempre, es un deleite visual. Y, por su parte, el color se aparece muy adecuado en el acompañamiento del dibujo. El encargado es Carlos Vila, que toma el relevo de Josep Maria Beà y continúa el camino establecido por este: un coloreado orgánico, sin estridencias y nada intrusivo, con un predominio de los azules-violetas, pero con derivación a colores cálidos en las escenas terrestres exteriores.

El núcleo del relato es la peripecia vengativa de los tres protagonistas (Daniel Blancor y sus dos compinches). Esta peripecia viene contextualizada por dos líneas complementarias: una de analepsis propia (porque en su mayoría es lo ya visto en «Punto final»), donde se nos recuerda qué ha sucedido para que se desate tal furia vengadora; otra de analepsis impropia, donde se nos cuenta cómo hemos llegado a esta situación mundial. Y quizá esta segunda línea sea la más importante, puesto que es a la que hace referencia el título de la obra: toda esa expedición de venganza no es más que otro evento sin importancia de los que suceden mientras el mundo agoniza, otro grano de arena en el desierto que va consumiendo a la humanidad. O, también, otra gota en el océano que ahoga la Tierra.

Decíamos un poco más arriba que estábamos ante un cómic de aventuras que intenta liberarse de su infantilismo inconsciente. Otra cosa será juzgar si tal intento ha tenido éxito. Nuestra respuesta es que solo a medias.

Entre sus logros está el que efectivamente se trata de una aventura (no es otra cosa) y que, aun mostrándolas, no se regocija innecesariamente en las escenas sórdidas. No es una obra pornográfica (que ya es más de lo que se puede decir de muchos cómics norteamericanos que vienen con el marchamo de aventuras para lectores supuestamente adultos, y que no son más que las mismas historias infantiles de siempre, pero con exhibición gratuita de casquería): no se muestra más de lo necesario, pero tampoco se oculta nada.

Entre sus fallos está el abuso de los sermones, cuando quizá hubiese funcionado mejor el simple mostrar, aunque solo sea porque esos excursos rompen el férreo ritmo de la obra; así como el maniqueísmo efectivo de la propuesta: el cuestionamiento de los motivos de los protagonistas es más retórico que real.

En todo caso, nos parece que donde acaso naufraga el tono adulto del libro es en las partes alegóricas, que de tan evidentes terminan resultando ridículas: llamar «Gingin» a los combinados alcohólicos, llamar «Yijana» a los terroristas fundamentalistas, llamar «pateras» a las naves espaciales en que viajan los migrantes…

En cualquier caso, nos encantaría conocer la reacción de un lector joven, para el que lo que en este cómic se cuenta resulte más relevante y revelador de lo que lo es para un adulto que ya ha reflexionado largo y tendido sobre estos conflictos, y que no puede evitar encontrar ingenuo su tratamiento (no olvidemos que la principal fuente del desengaño es la ingenuidad). No resulta inverosímil, porque también lo hemos vivido en su momento, que un lector en su etapa de aprendizaje despierte su conciencia crítica o consolide su naciente madurez con una obra como esta. Ojalá exista tal lector, pero no lo somos ya nosotros, a los que no nos queda más remedio que contentarnos con disfrutar del arte y del magisterio narrativo de Carlos Giménez. Que no es poco, por cierto.

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