The Boys: ¿Es mejor el cómic o la serie?

Los superhéroes están de moda. O, al menos, lo estaban antes de que la Covid-19 lo pusiese todo patas arriba y obligase a Marvel y, en menor medida, a DC, a parar motores y tener paciencia. Ahora la gente mata el rato hablando del Batman Pattinson y de lo que quiera que esté haciendo Snyder con La Liga de la Justicia. Muestra evidente de que el género ha vivido tiempos mejores. Una situación que hubiese sido peor si, en el colofón de este verano pandémico, nos hubiésemos quedado sin la segunda temporada de The Boys, de la que ya tenemos cuatro episodios disponibles.

La superproducción de Amazon Prime, que tiene la cartera a rebosar de proyectos con los que desafiar a Netflix, se ha convertido en una de las propuestas más atractivas que, año tras año, llegan a esas nuevas salas de cine llamadas plataformas de «streaming». Y lo hace, además, cogiendo algunas de las mejores cosas que Garth Ennis propuso entre 2006 y 2012 y pegándolas una vuelta de tuerca. Eliminando toneladas y toneladas de contenido explícito que difícilmente tendrían cabida en el gigante audiovisual de Jeff Bezos.

Una serie «snap»

Cualquier producto cultural que se precie tiene que ser capaz de encontrar su propio camino y prosperar por sus virtudes. Independientemente de que se trate de una propuesta original o de que esté inspirada en otra obra. Esto no implica que no se deban guardar las formas y el respeto al original. Sino que es perfectamente posible ofrecer una adaptación de calidad sin que los creadores estén maniatados y amordazados.

Quien haya leído la obra de Ennis y haya visto la serie es consciente de que, al margen del argumento base, las propuestas son bien distintas. Tanto en tono como en desarrollo. Y es que, bien visto, una adaptación milimétrica del cómic -con las orgías, la pedofilia y la depravación incesante- hubiese tenido más de película «snap» japonesa que de cualquier otra cosa.

Por el momento, la serie no ha reflejado ni una mínima parte de la enorme carga de contenido explícito que guarda el trabajo del norirlandés entre sus tapas. Los productores han sido capaces de echar el freno sin renunciar por completo al humor negro y a las imágenes extremamente violentas, que, al final, junto a la crítica descarnada al género de superhéroes, son el corazón del cómic.

Nadie lame leche

Lo mismo se podría decir de unos personajes que, aunque recogen el espíritu de los originales del cómic, siguen sus propios ritmos dentro de la serie de televisión. Posiblemente uno de los mejores ejemplos es el de El Patriota. El personaje, representado por un brillante Antony Starr, se muestra en la segunda temporada igual de violento y, como mínimo, dos veces más oscuro y complicado que en el cómic.

Su evidente complejo narcisista y su sangrante superioridad son evidentes. Sin embargo, en la propuesta de Ennis no goza ni de la mitad de profundidad. Es más, bien visto, se trata de un personaje bastante simple sobre el que el autor se dedica a proyectar todos los vicios que se le pasan por la cabeza. No lame frascos de leche materna ni tiene relaciones extrañas con una jefa que, en la versión original, ni siquiera existe.

Y si el villano es el mismo, pero no, lo mismo se podría decir de Billy el Carnicero. La semana pasada, en la reseña del cómic, comentamos que el líder de The Boys es el personaje favorito de Garth Ennis. Al menos entre los que el autor de Predicador ha creado a lo largo de su carrera. Brian K. Vaughan (Y el Último Hombre, Los Leones de Bagdad) afirma, en un texto escrito para el epílogo de The Boys ubicado en los integrales editados por Norma, que, en el fondo, el norirlandés quiere ser como él.

El protagonista va por las páginas del cómic despreocupado. Disfruta arrancando cabezas de supers, pero, por momentos, su indiferencia y su eterna sonrisa provocan la sensación de que la cosa no va con él. Que simplemente le gusta romper cosas y ponerlo todo patas arriba. En realidad, sabemos bien que eso no es así; como queda completamente claro en los últimos números de la colección. Pero tiene muy poco que ver con lo que propone Amazon en la serie de televisión.

La versión de Billy interpretada por Karl Urban -también de forma excelente- es mucho más iracunda y sufre un tormento evidente. No se guarda nada. Todas sus motivaciones están sobre el tapete desde antes de que la primera temporada alcance su cénit. Y funciona perfectamente. El personaje gana cierta normalidad, y credibilidad, mostrando sus emociones. No sigue un esquema tan evidente como el que propone Ennis en el cómic, donde bajo sus silencios y sus sonrisas hay una mente maquinando que no duerme. Un tópico que ya se ha visto hasta la extenuación.

Una crítica al negocio

Posiblemente, el cómic es la obra más personal que ha creado jamás Garth Ennis. En sus 72 números el guionista tuvo ocasión de escandalizar, meter historia y contexto, y, sobre todo, darle mucho espacio a ese caca, culo, pedo y pis del que no se libra ni con agua hirviendo. Evidentemente, el principal objetivo de la colección era lanzar un crítica descarnada contra un género al que detesta, y lo hace, en buena medida ridiculizando a los supers. Transformándolos en unos perfectos mierdas de manual.

La cosa cambia en la serie, donde más allá de convertir a Los Siete y al resto de grupos en una empresa, los héroes son lo que son. Si quieren te rompen el cuello antes de que pestañees; formes parte de The Boys o no. Bueno, si te llamas Profundo a lo mejor lo tienes más difícil; pero por norma general es así. En la serie no va a llegar un grupo de tíos con palos y te van a arrancar el antifaz de un guantazo. No funciona así.

Los guionistas de Amazon también encuentran espacio para lanzar un crítica profunda a las nuevas doctrinas inclusivas que atenazan a la sociedad. Y lo hacen con elegancia, llamándolas como lo que son en muchos casos: un negocio. Precisamente, esta tendencia gana fuerza en la segunda temporada con la entrada en escena de Stormfront. Un personaje sumamente interesante que, a la espera de ver su desarrollo, promete mucho juego.

 

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