Reseña de Cómic
Los malditos: Las Doncellas Vírgenes
de Jason Aaron, r.m.Guéra y Giulia Brusco
Humberto da Silva
@humdasilva
www.humbertodasilva.com
Editorial original: Image Comics
Editorial española: Planeta Cómic
Guión: Jason Aaron
Dibujo: r.m.Guéra
Color: Giulia Brusco
Rústica. Color. 152 páginas
ISBN: 978-8491735243
16,95€
Como lector interesado en temas relacionados con lo que se conoce como la “Tradición Espiritual”, he de confesar que me molesta la mirada superficial sobre un tema de tan alta transcendencia. Los periodos del Génesis o del Diluvio está cargado de mitos muy interesantes.
Siempre se deben aceptar el humor, la ironía y hasta la adaptación libre de todos estos mitos. Son ejercicios sanos donde el ingenio humano puede, a través de estos y otros métodos, llegar a profundizar en los mismos, cosa que desde otras posiciones, se hace imposible.
Pero el tratamiento superficial que obras como Los Malditos: Las Doncellas Vírgenes llegan a perpetrar —sin vestigio de rubor— corren el riesgo de causar insatisfacción en el lector. Cuando la violencia, el sexo o cualquier otra cuestión están presentes en una obra sin apenas justificación, se corre el riesgo de no llegar a satisfacer al lector más exigente.
En Antes del Diluvio, el primer arco de la serie Los Malditos, Aaron —sin haber tocado altas cimas del intelecto— llegó a profundizar en el drama que un personaje como el de Caín hubiese podido experimentar después de tan horrible crimen y su posterior condena.
En aquella ocasión, el encuentro entre Caín y Noé, por ejemplo, trajo momentos y diálogos interesantes, siempre y cuando uno lograba esquivar el festival de caca/culo/sangre que el de Alabama había decidido imprimir en la obra.
Hasta ahí podríamos excusarle a Aaron, justificando dicho abuso como la forma que el autor había encontrado para plasmar un mundo cruel y feroz, un valle de dolor y crujir de dientes en el que vivía la Humanidad expulsada del Edén desde los tiempos de Adán y Eva.
Pero, en una segunda entrega, habiendo transcurrido cinco años desde el primer arco, hemos de exigir más del autor. Y he aquí que, cinco años después, Aaron no sólo no consigue enderezar el rumbo y hacernos pensar en cosas más profundas, sino que falla. Y falla hard.
Y es una pena porque, partiendo de unas temáticas que dan para mucho, no sólo se queda en el extrarradio del tema. Se queda en lo poligonero.
Entiendan.
Estamos en el periodo post edémico de la Humanidad. Arrancada de la pureza y liviandad de su estado edénico, vive condenada a conseguir el pan con el sudor de su frente, siendo testigo y protagonista a la vez del enfrentamiento entre las sangres de las diferentes tribus que sobreviven a las inclemencias de la vida alejada de la «Gracia de Dios».
Pero, entre tanto crujir de dientes y cadenas que se arrastran, en las cimas de unas montañas, somos testigos de un mundo más cercano —al menos en apariencia— a ese Edén añorado. Es un mundo sin hombres, gobernado por una comunidad de monjas ancianas, responsables de una encomienda nada común: cuidan y preparan a niñas huérfanas para ser, nada más y nada menos, que las novias de los llamados “hijos de Dios”.
Cuando la obra nos acerca a esa inaccesible comunidad, comprendemos que estas monjas cuidan de estas niñas hasta el día de su “floración”, el día en el que se transforman en pequeñas mujeres. Cuando llega ese día para alguna de estas pequeñas, las monjas hacen llamar a unas amazonas que proceden de las partes más altas de las montañas para que escolten a la pequeña virgen hasta su destino en una de esas altas cumbres.
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Resulta frustrante ver cómo, partiendo de estas premisas tan interesantes, Aaron no consiga deshacerse de sus evidentes limitaciones y cómo el autor no tarda en caer en los viejos clichés que todo aquel que confunde Tradición Espiritual con instituciones religiosas cae.
Pero lejos de suplir dichas limitaciones, trata temas como “El Reino”, los Nephilim o un “dios tirano” como los hubieses tratado cualquier indocumentado, privando al lector de la oportunidad de leer algo realmente interesante sobre un periodo histórico-mítico en el que la Humanidad post edémica se enfrenta a las vicisitudes de un mundo que perdió su inocencia y en el que tendrá de esforzarse mucho para crear una moral que le saque de la barbarie en la que está instalada y la encamine hacia un proceso civilizatorio.
Los seres humanos acabamos de salir de la charca. O de bajar del árbol, como prefieran. Somos como chimpancés sentados en un gran banquete. Pocas veces reflexionamos en este momento clave de nuestra historia donde el ser humano pasa de una consciencia de especie a una consciencia de tribu, mientras camina hacia una lejana consciencia individual, como la que manifiesta en nuestros días.
Un tema que, tratado con profundidad, hubiese podido servir para poner sobre la mesa mitos y creencias interesantísimos, como los de los antiguos gnósticos que creían, entre otras cosas, que este mundo expulsado del Edén era de una naturaleza corrupta inevitable y que había sido creado, nada más y nada menos, por el llamado “dios extraño” o demiurgo y no por el Dios del Nuevo Testamento. En otras palabras, este mundo había sido creado por el mismísimo Diablo.
Estamos hablando de un falso dios, egoísta, caprichoso y lujurioso que posee las llaves de esta gran prisión. El responsable último del sufrimiento y la ignorancia humanos. Hablamos del dios del Antiguo Testamento, el dios del «ojo por ojo, diente por diente». De una religión primitiva pero que, de alguna manera, establecía normas de convivencia en un mundo que empezaba a enfrentarse a las dificultades de hacerse responsable de sus actos pero que, dominada por mentes aún más primitivas, fallaba en su intento. Un mundo en el cual las personas, de una forma muy similar a la nuestra, elegían la superstición y el fanatismo.
Un mundo donde “Dios” está creado a la imagen y semejanza del hombre.
Y esa es la pena. Porque Aaron se decide por el camino exclusivo de la violencia, del sufrimiento —que estamos de acuerdo es necesario mostrar— pero se detiene ahí, sin ser capaz de lidiar con conceptos mayores. Nos da la impresión de que el autor posee ciertas cuestiones ni resueltas con la religión y que le han impedido profundizar de una forma más profunda. Su único afán es dejar expuesta esa parte incoherente o incomprensible de las religiones, ignorando cualquier otro tipo de reflexión.
De confirmarse dichas sospechas, esperar que el autor explore temas interesantes como la Redención de Adán o del porqué del Diluvio en una próxima entrega sería ingenuo de nuestra parte.
Por otro lado, el arte de r.m.Guéra y el color de Giulia Brusco son intachables y consiguen transmitir toda la violencia, suciedad y desesperanza de ese mundo que les ha trazado Jason Aaron. Las escenas son detalladas y la paleta de colores muy apropiada. Es, de hecho, lo que salva la obra. La capacidad de r.m.Guéra de plasmar entornos violentos quedó muy patente en Scalped y el artista que encontramos aquí años después ha evolucionado aún más.
Antes de finalizar esta reseña, hemos de decir que, si obviamos las intenciones iniciales del autor, la historia que cuenta funcionaría —o funciona— por sí misma. Peca un poco de previsible en algunos momentos, pero alcanza su objetivo de mantener al lector atento.
Es una obra que entretiene. Si se asume como divertimento momentáneo y nada más. No obstante, si el lector espera una reflexión más profunda sobre los mitos judeocristianos, seguramente habrán otras obras que cumplan ese cometido.
Precisamente es un cómic que desaprovecha sin escrúpulos una temática que puede resultar interesante a los ojos del lector. Con esta buena categoria de autores, ya tuve que perdonar las deficiencias del primer tomo. Pero me resulta dificil caer en la compra del segundo. Se queda en la tienda y que los autores se esfuercen más, que al precio que están los tebeos, es para pensarse dos veces su compra.
Totalmente.