Reseña de cómic
Superman contra el Klan
de Gen Luen Yang y Gurihiru
Lorenzo Araya
Editorial original: DC Comics
Editorial: Editorial Hidra
Guion: Gen Luen Yang
Dibujo: Gurihiru
Tapa blanda con solapas. Color. 240 páginas.
ISBN: 978-84-18359-46-0
14,95 €
INTRODUCCIÓN DE LA RESEÑA
Tras ciertas vicisitudes empresariales la editorial Hidra ha apostado por traer a España el material de las líneas infantil y juvenil de DC Comics, en que se presentan versiones de algunos de sus personajes más populares orientadas, obviamente, a niños y adolescentes, por tanto fuera de «La Continuidad» de su universo de ficción. La apuesta de Hidra podrá parecer a algunos suicida, pero, bien vista, tiene toda la lógica del mundo. La misma que tiene que DC esté publicando y publicitando este tipo de material. Y no es casual que dentro de esta línea estén apareciendo los mejores cómics de la DC actual, como no es casual que este «Superman contra el Klan» haya ganado el premio Harvey del 2020 a mejor obra para el público joven.
PREÁMBULO DE LA RESEÑA
Hagamos un poco de historia. Superman, y con él el género de superhéroes, es creación de dos chavalines que, en la Nueva York de los años 30, sublimaron en ese personaje sus dificultades de adaptación a un mundo en que eran hijos de inmigrantes y pertenecientes a una cultura, la judía, menospreciada por el cuerpo social ya asentado. Ellos, Jerry Siegel y Joe Shuster, eran Clark Kent: el torpe inadaptado despreciado por hombres y por mujeres, hijo adoptivo y secreto inmigrante; su indignación y sus ganas de triunfar, su imaginación y su mundo interior, eran Superman. Normal que tal idea conectase con los cientos de miles de niños que estaban sufriendo, sin saber qué pasaba en realidad, la Gran Depresión de esos años. Cuando los fanáticos puritanos decidieron que los cómics debían ser exclusivamente cosa de niños, los superhéroes se quedaron casi como único género aún publicable.
Décadas después, cuando los niños tenían problemas muy diferentes a los de aquellos que crecieron con los primeros superhéroes y, por tanto, ya no se sentían identificados con ellos, al editor de una línea de cómics prácticamente hundida se le ocurrió usar las grandiosas ideas de un dibujante que venía de la edad gloriosa del cómic-book para conectar con los niños de los años 60. El editor mencionado firmaba su trabajo como Stan Lee; el dibujante usaba el seudónimo de Jack Kirby. Ambos venían de la misma clase social que los creadores de Superman.
Y no es casual, porque el inframundo de los cómics —o sea, de productos de baja calidad para divertir a los niños mientras sus padres hacían las compras en el supermercado— era de lo poco en que se les permitía trabajar a judíos hijos de inmigrantes. Empezaba la Edad Marvel de los cómics.
Pero los lectores de cómics se iban haciendo mayores, y algunos entraban a trabajar en las editoriales de esos cómics que habían disfrutado de niños, y empezaban a producir tebeos para lectores que, como ellos mismos, ya no eran tan niños. Los adolescentes y los jóvenes universitarios, al mismo tiempo, encuentran su lucha contra los valores adultos reflejada en las andanzas de esos súper hombres marginados y atribulados en un mundo que, al contrario que a Batman o a Superman, no los adoraba, sino que los temía, los odiaba o los ignoraba. Como para un joven casi adulto las exigencias de consistencia y verosimilitud de una historia ya no son las de un niño, su cómic será el «Uncanny X-Men» de Chris Claremont (acompañado de grandes artistas). Pero la verosimilitud dentro de un género como el superheroico tiene un techo, que hace de barrera para que lectores ya adultos sigan consumiendo ese tipo de productos… hasta que llegaron Alan Moore y Frank Miller, a mediados de los años 80.
El primero se dijo: ¿y si los superhéroes vivieran en nuestro mundo?; el segundo se dijo: ¿y si el género de superhéroes no tuviera que seguir limitado por los tópicos del género? Y crearon cómics de superhéroes para adultos. Y derribaron los prejuicios sobre dichos cómics. E hicieron ganar mucho dinero a sus editoriales. Y mucha gente confundió lo superficial (violencia, suciedad, sufrimiento) con lo esencial (experimentación narrativa, intertextualidad). Muchos lectores adultos creyeron que los superhéroes ya no eran cómics para niños, que podían seguir leyéndolos, por tanto, aunque ya no fuesen niños; las editoriales encontraron ahí un filón de clientes con mayor capacidad adquisitiva y con posibilidad de fidelización (a un niño le tienen que comprar los tebeos sus padres, un adulto se los compra él mismo) en un mercado en que los niños estaban huyendo hacia otros medios de entretenimiento. Así, a los antiguos lectores infantiles se les seguían ofreciendo aquellos cómics, aunque ahora adaptados a su gusto de adultos. Pero todo partía de un gran malentendido: la obra de Moore y Miller no era, ni pretendía ser ni lo podía ser, un nuevo comienzo del género, sino su final.
«Miracleman», «Watchmen» o «The Dark Knight Returns» no son líneas de salida de un género, sino líneas de llegada. Lo que proponen es un camino que no puede continuarse… pero se continuó. Hasta el delirio y la catástrofe («culturally catastrophic» lo denomina, certeramente e inmerso en pleno síndrome de Oppenheimer, el muy a su pesar responsable de esta deriva: Alan Moore). Porque los cómics de superhéroes son para niños (en su mejor versión, son «para todos los públicos»). Cómics de superhéroes para adultos es un contrasentido, cuya existencia solo se explica sociológicamente: nuestra sociedad ha creado y reproducido adultos incapaces de salir de una emocionalidad inmadura y que, por tanto, siguen representándose, al menos como deseo, en un mundo simplificadamente maniqueo, infantil, si bien con ciertos rasgos superficiales del mundo adulto. Perfecta descripción de gran parte de las obras más alabadas por los coleccionistas «hard-liners» de cómics de superhéroes. Historias para adultos que quieren seguir leyendo lo que les gustaba de niños, pero sintiendo que leen cosas de adulto. El equivalente tebeístico a los «culebrones» televisivos.
Por eso tiene todo el sentido del mundo devolverles los cómics de superhéroes a los niños. Solo cabe esperar que no lleguemos demasiado tarde y que varias décadas de superhéroes para adultos hayan extinguido toda posibilidad de retorno a su lugar natural y, por ende, hayan condenado al género a su desaparición, puesto que, como parece normal, si los lectores adultos van dejando de consumir esos cómics (por aburrimiento, por cabreo —los adultos infantilizados se cabrean cuando les dan lo de siempre y cuando les dejan de dar lo de siempre— o por maduración del gusto), y esos cómics son inadecuados para lectores jóvenes, ¿qué lectores quedan? He ahí la explicación de la actual crisis editorial de DC y Marvel.
CUERPO DE LA RESEÑA
«Superman contra el Klan» nos presenta, desde dos líneas de personajes, el conflicto interno de EEUU sobre su naturaleza como país. Las dos líneas de personajes son, por un lado, Superman y su grupo de secundarios habitual; por el otro, el grupo que gira alrededor de dos niños de origen chino cuya familia se muda del gueto de Chinatown a Metrópolis. El contexto son los años 40 posbélicos. Y el conflicto es entre unos EEUU cimentados sobre la «Kultur» o sobre la «Zivilisation». Esto es, entre nación (raza, religión, tradición: o sea, nacionalismo) y sociedad (ley, pacto, tolerancia: o sea, democracia).
El primer lado está representado por el Ku Klux Klan (en realidad, puesto que el cómic se basa en un serial radiofónico de los años 40, por evitar problemas legales se los llamó «El clan de la cruz ardiente»); el segundo, por Superman, Jimmy Olsen, un inspector de policía negro y los dos hermanos de origen chino (nótese: igual que los autores de la obra). Junto con todo esto también se desarrolla de modo muy original el propio conflicto que tiene Superman con sus poderes y con su integración en el mundo de los humanos.
No hay nada tópico en este tebeo. El tratamiento del racismo es profundo, la exposición de los sentimientos es emocionante, la personalidad de los protagonistas está bien definida, son arquetípicos pero no paródicos. También se respeta la historia íntima de personajes que tienen 80 años de trayecto editorial: Superman es Superman; sus padres son sus padres; Lois Lane es Lois Lane… Aunque, claro, todos ellos adaptados a nuestra mentalidad actual, pero sin exabruptos de supuesta evolución a temáticas adultas ni con ningún discurso metarreferencial. Estamos ante un cómic de Superman para todos los públicos, al nivel del también excelente «Man of Steel» de John Byrne y casi podría servir para lo mismo: reubicar al personaje para una nueva generación de lectores.
Sobre el dibujo, en coherencia con la premisa editorial de la obra, presenta la estética más querida por los niños y jóvenes de hoy: la del manga, con cierta influencia del estilo que Bruce Timm impuso en la serie animada de Batman (y que, junto a la otra mente pensante de esa serie, Paul Dini, hizo uno de los mejores cómics de Batman de los últimos tiempos: «Mad Love»). Nada fuera de lo común, pero correcto y efectivo.
CONCLUSIÓN
Estamos, pues, ante un excelente cómic para todos los públicos, que usa con tremenda habilidad los recursos del género de superhéroes para contarles a los jóvenes cosas muy importantes sobre la sociedad en que vivimos, sobre la convivencia y la amistad o sobre el descubrimiento de uno mismo en su trato con los demás. Una lectura perfecta para alumnos de primeros cursos de la ESO, así como para lectores mayores que quieran disfrutar de un relato emotivo, sencillo, de ágil lectura y que no menosprecia la inteligencia de nuestros hijos, sobrinos, alumnos…
Con toda seguridad, de lo mejor que publicó DC ese año y, por tanto, un cómic al que hay que desear toda la suerte comercial que su calidad merece.
Un muy buen cómic. Un estupendo cómic de superhéroes.