Reseña de cómic
Archi Cúper: El futuro que no fue
de Daniel Torres
Lorenzo Araya Suárez
Editorial: Norma Editorial
Autor: Daniel Torres
Encuadernación en cartoné. Color. 72 páginas.
1ª edición: marzo de 2021
ISBN: 978-84-679-4129-6
Precio: 19,95 €

Podríamos valernos del tópico aquel de que Daniel Torres está viviendo una segunda juventud creativa dentro del mundo del cómic, pero como todo tópico solo serviría para ocultar algo esencial. En este caso, se estaría ocultando que sus obras recientes son cualquier cosa antes que obras juveniles o irreflexivas. Es todo lo contrario: son producto de una creatividad madura, que ha reflexionado larga y profundamente sobre el medio en que trabaja, dando lugar a cómics de hondura, donde la forma se adecúa perfectamente al tema, de modo que al final la primera es casi el objeto del segundo.
Buen ejemplo de ello es su monumental “La casa” (también publicado por Norma Editorial), cuya complejidad, quizá, ha redundado en que no se le haya reconocido su verdadera importancia y peso en la historia reciente del cómic. En fin, yo estaría dispuesto a defender que es el cómic más relevante que se ha publicado en España en, al menos, la última década, y que no queda ensombrecido por otros grandes del mercado internacional, como Ware, Seth o Clowes. Solo la Historia dictará sentencia definitiva al respecto.
Según lo dicho, lo más correcto sería afirmar que Daniel Torres está viviendo una esplendorosa madurez creativa dentro del mundo del cómic. En esta madurez su “El futuro que no fue” representa otro hito.
Confieso que me provoca cierta aprensión valorar y analizar un cómic tan inabarcable, tan lleno de referencias, porque creo que se me van a escapar decenas de guiños y de juegos intertextuales (cosa que en el fondo es reconocer algo en cierta manera obvio: que en la obra de arte algo siempre me permanece oculto). Entrar en este cómic, entrar de verdad y no solo hacer un pasapáginas, supone acceder a un juego de capas de lectura en el que el premio es el de todo juego: el puro placer de participar.
Querer ganar la partida a toda costa, que es lo que el lector perezoso busca siempre, es entender un relato como camino recto, con salida y meta, sin obstáculos ni vericuetos, a través de un pasillo despejado y bien iluminado. Es la pretensión de que toda lectura se reduzca al relato escolar, predigerido para estómagos aún inmaduros, en lugar de al laborioso trabajo de interpretación sobre una materia textual, con toda la opacidad que es propia de lo material. Pero el ideal de la materia como omnímodamente disponible, transparente, hace tiempo que se reveló como eso: un mero ideal, incluso una trampa.
Por eso, este cómic es antes que nada un cómic sobre el cómic, y en su narración lo que se muestra, pero no de manera directa sino a contraluz, es la naturaleza misma del arte. Buena prueba de ello es la propia presentación del relato, que evoca a la de clásicos como la Odisea o el Quijote: no se nos cuenta directamente, sino que se nos cuenta que alguien contó.
En este caso, este cómic se pretende el facsímil de una edición especial de una revista en que se recopila una aventura completa, previamente publicada por entregas en la versión normal de dicha revista, del personaje Archi Cúper.
En segunda retorsión del juego de referencias, esta revista no pertenece a nuestro mundo, sino al mundo ficticio de Roco Vargas, y la historieta, creada por un personaje secundario de la serie del mencionado Roco (que, no olvidemos, también tiene una doble identidad, como aventurero y como escritor de novelas).
A su vez, el propio cómic está lleno de guiños a la cultura popular y, desde luego, a la historia del cómic: desde la portada, que recuerda a las construcciones gráficas de Windsor McCay, hasta los disimulados cameos de personajes como RanXerox o revistas como Cairo.
Está claro que Daniel Torres no es el primero que recurre a estos juegos de intertextualidad, porque, por ejemplo, ya los hemos estado viendo en obras escritas por Alan Moore, como «The League of Extraordinary Gentlemen» o «Tomorrow Stories» (nótese aquí: relatos del mañana). Pero sí que lo hace con una personalidad distinguible que lo libra de parecer un vulgar epígono.
Asimismo, esta aventura del investigador Archi Cúper tiene la forma de las sunday strips en que el cómic dio sus primeros pasos de consolidación como lenguaje. El modelo directo es el Steve Canyon de Milton Caniff, al que le copia el logo y las primeras tiras de presentación, en lo que posiblemente es, por su lado, una referencia al célebre análisis que precisamente de esas primeras páginas hizo Umberto Eco. Espejos frente a espejos…
Roco Vargas inició su trayectoria editorial a principios de los años 80. Sus aventuras tienen lugar en un mundo de ciencia ficción retro-futurista en que todos los planetas del sistema solar están habitados y existen diferentes conflictos geopolíticos entre ellos. Dichos conflictos reaparecen en este «El futuro que no fue», aunque solo como telón de fondo del conflicto principal del relato, que es el que gira alrededor del papel opresivo, omnipresente de la publicidad y del poder de las agencias de publicidad.
En este escenario tenemos una clásica historia de serie negra en que Archi Cúper, una especie de Philip Marlowe con los rasgos de Robert Mitchum, se ve enredado en una investigación que chocará, como está mandado, con los intereses de personajes poderosos que no quieren que se conozcan sus tejemanejes. Los cuadros de texto servirán para mostrarnos los cínicos pensamientos del protagonista, redondeando el paralelismo con el detective creado por Raymond Chandler.
Para terminar, sobre la parte gráfica, el estilo de dibujo de Daniel Torres está ya muy asentado y, sin ser espectacular ni altamente reconocible, desde luego sí es muy eficaz y atractivo, así como particularmente virtuoso en la composición interna de las viñetas, sobre todo en el diseño y realización de los escenarios. Y esto último es ciertamente fundamental cuando se trata de mostrar un entorno retrofuturista, empeño en el cual el autor sale triunfante por aclamación.
Lejos quedaron los primeros pasos gráficos de Roco Vargas, cuando eran retratados mediante líneas emparentadas con las de otros importantes representantes españoles de la klare lijn, como el Federico del Barrio del primerizo «León Doderlin» o Miguel Calatayud. Con el tiempo, el trazo de Torres ha ido adquiriendo cuerpo y curvaturas, y su narrativa, clasicismo.
En el cómic que nos ocupa, la estructura de página es la tradicional de tres filas de viñetas y un color de luminosas aguadas. Esta férrea armadura, que, unida a la pericia narrativa de Torres, hace que el relato avance fluidamente, se ve en ocasiones quebrada para introducir elementos extradiegéticos (como anuncios falsos) o situaciones extraordinarias. Un rotulado manual sirve para enfatizar el aspecto vintage del libro.
En conclusión, estamos ante un cómic soberbio, que se lee deprisa, pero se degusta con calma. Un auténtico placer para los sentidos del lector, pero también para su inteligencia: la aparente sencillez del relato y su limpieza formal despliegan una variedad de niveles de lectura muy sugestiva y gratificante según se van desentrañando.