Batman Day: Paco Roca y los objetos de la memoria

Lorenzo Araya

Es cosa conocida que, para celebrar el «Batman Day» de este 2021, buscando señalar la iconicidad internacional alcanzada por el personaje, la editorial DC ha organizado una antología en la que reúne historietas a cargo de equipos creativos en general ajenos al mercado norteamericano. Así, ha seleccionado autores de distintos países, entre los que está España. Y es harto sabido ya que el elegido español ha sido Paco Roca.

Desde luego no se le podrá objetar al editor de DC que no haya apuntado a lo más alto en su elección española. Paco Roca es, hoy por hoy, con pocas dudas, el autor de cómic español más importante. Desde luego lo es en cuanto a popularidad (si exceptuamos, obviamente, a Francisco Ibáñez), pero también lo es con respecto a la calidad de su producción.

No queremos aquí hacer un repaso a dicha producción ni tampoco reseñar ninguna obra concreta. Quizá solo señalar que la calidad mencionada sobre todo se calibra en la cantidad: cada uno de sus libros mantiene, o eleva, el nivel artístico de los precedentes y, además, aporta un eslabón más a un conjunto de una solidez casi inaudita. Incluso obras aparentemente menores, colaborativas, como «El tesoro del cisne negro», pertenecen por derecho propio a la imaginería de Roca, no desentonando temáticamente con el resto de sus novelas gráficas.

En este artículo, que se pretende como homenaje al autor, queremos reflexionar sobre cierto aspecto común en dos de sus últimos trabajos, los cuales están conectados tanto en lo formal como en lo material. Nos referimos a «La casa» y «Regreso al Edén».

La comunidad formal es evidente: comparten el formato de libro apaisado, ambos del mismo tamaño. Además, complementarios, pues el uno tiene lomo negro y el otro, blanco. Parece natural ponerlos juntos en la estantería.

La comunidad material no es menos evidente, aunque merece ciertas precisiones. Ambos cómics tienen como objeto de exposición narrativa a sus progenitores: «La casa», a su padre; «Regreso al Edén», a su madre. Sin embargo, en el primero dicho objeto aparece como ausencia: el padre es lo que ya no está. Y no está hasta el punto de que incluso todo el modo en que aparece es ocultándolo. Es el padre de Paco Roca, pero presentado como un otro: con otro nombre, con otros hijos…

En cambio, en la otra novela gráfica la protagonista directa del relato es su madre. No una madre que representa a su madre, sino que es la biografía explícita, con todos los nombres, de su madre.

Y, sin embargo, hay una comunidad material menos evidente entre estas dos fenomenales obras (de la calidad no queremos decir nada aquí, pero tampoco querríamos que no quede claro que la única discusión al respecto es si merecen ambas el sobresaliente o la matrícula de honor). A saber: los dos relatos construyen su referencia al objeto medianto un objeto intermedio, que sirve como hilo entre el narrador y lo narrado. Contando el objeto intermedio se está contando, en realidad y más propiamente, al objeto meta.

Dicho objeto en «La casa» es una casa de campo. En «Regreso al Edén» se trata de una fotografía.

Si uno quiere relatar la vida de alguien (o sea, su biografía), el camino más directo es poner a esa persona bajo el foco narrativo y, empezando desde el principio, ir contando los hechos más relevantes de su vida. Es el modelo clásico que se remonta al helenismo.

Sin embargo, en esa relación cronológica se pierde cierto aspecto que no obviaron textos anteriores a la literatura helenística: la belleza. O sea, el decir relevante, el que dice perfectamente lo que hay que decir.

La belleza no se restringe al rigor expositivo ni a la exhaustividad descriptiva, no es informativa, sino formativa, productiva. No por nada en griego se dice con el mismo término (ποιεῖν: poieîn) tanto hacer/producir como poetizar. La cosa es particularmente reveladora en la Poética de Aristóteles, donde la traducción traiciona dicha polisemia.

En cierto sentido, atendiendo a la belleza con que se manifiesta un objeto, cuando bello y verdadero son lo mismo (decir καλῶς –kalôs– es decir bellamente, decir bien, decir lo verdadero), no es indiferente el modo en que algo se expone.

Si seguimos esta línea interpretativa, en los relatos que hace Roca sobre sus padres hay más verdad sobre ellos de la que habría en una biografía al uso. Y ello porque, lo que se pierde de detalles biográficos, se gana en otros terrenos. Para empezar, en el terreno de lo emotivo, de lo expresivo.

Volvamos, para finalizar, a la línea maestra de nuestro ensayo. En «La casa» el objeto-padre se presenta a través de las vicisitudes del objeto-casa al que el padre dedicó una parte relevante de sus atención emocional. En el relato cronológico de la toma de decisión sobre el futuro de esa casa, una vez su dueño y artífice ya no está, se produce el relato no lineal de lo que importa (al menos, de lo que le importa a su hijo): la verdad íntima del mentado dueño de la casa. Él ya no está, pero sigue estando en la figura de aquello a lo que dedicó su cariño. Decidir qué hacer con la casa es, por tanto, decidir qué hacer con la ausencia del padre.

En «Regreso al Edén» el papel de objeto-puente en que se muestra el objeto-madre es, como se ha referido más arriba, una foto. Se trata de una foto encontrada. En esta novela la ausencia no es la del objeto-madre, porque sigue viva, sino la del sentido. Lo que falta es la comprensión de dicha foto, el qué significa la foto, qué representa. Todo el libro es la búsqueda de contexto de esa foto. Del contexto que pueda darle sentido a un retrato de felicidad bastante inexplicable. ¿Por qué sonríen, dónde están exactamente, qué hacen ahí, por qué faltan los que faltan? ¿Qué dicen esas miradas?

Regreso al Edén es justamente ese intento de retorno a un escenario perdido, sabiendo que la pérdida es irremediable, que no hay vuelta posible, porque el Edén solo es tal en la medida en que no se puede regresar a él. Y este camino, en suma circular (o espiral), no servirá para otra cosa que para exponer a la madre en su intimidad (o sea, en lo que es para su hijo). La portada del libro es suficientemente reveladora al respecto de este juego circular: el objeto-madre solo aparece como la que estando ausente de la foto presta al lector su mirada sobre el escenario de la foto.

Querríamos que todo lo anterior fuera solo una nota más de una tesis mucho más amplia, y que no podemos desarrollar aquí. A saber: que Paco Roca es un narrador superdotado. Y lo es tanto en el nivel de la sintaxis gráfica (digamos: el nivel de la composición de la armadura de página y el de la articulación secuencial, sin atender al dibujo en su dimensión técnica) como en el nivel de la sintaxis recitativa (digamos: el nivel que concierne a la historia: quién narra, qué hechos entran en el relato y qué deja fuera, en qué orden lo narra…).

Aquel éxito sorprendente, aunque merecido, con «Arrugas» ha dado paso a una carrera artística de una coherencia y una solidez apabullantes. Es remarcable el acierto con que Roca sabe elegir los temas de sus novelas gráficas, pero lo es aún más la habilidad con que los desarrolla. La fama muchas veces tiene causas arbitrarias: grandes autores con grandes obras no salen del relativo anonimato del círculo de entendidos, mientras que autores menores con obras de poco interés ganan renombre. En el caso de Paco Roca seguramente la fama es tan arbitraria como en cualquier otro caso, sin embargo la calidad de su obra, independientemente del éxito, es indiscutible. Alégremonos de que por esta vez popularidad y mérito artístico van juntos.

 

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