Reseña de cómic
Medea a la deriva
de Fermín Solís
Lorenzo Araya Suárez
Editorial: Reservoir Books
Autor: Fermín Solís
Encuadernación en cartoné. Color. 144 páginas.
1ª edición: mayo de 2021
ISBN: 978-84-17910-24-2
Precio: 17,90 €

Fermín Solís siempre ha gustado mucho en mi casa, su costumbrismo y trazo afrancesados (del afrancesamiento de los Dupuy/Berberian de «Diario de un álbum», más que del de «El Sr. Jean»). Echo un rápido vistazo a mi biblioteca y encuentro en sus anaqueles el «No te quiero, pero…», así como contribuciones para la revista Tos y en la obra colaborativa de Juan Berrio «Siempre la misma historia» (todas ellas publicadas por la editorial Astiberri).
Tras la repercusión, llegando a tener versión animada, de su anterior novela gráfica, «Buñuel en el laberinto de las tortugas», vuelve con un irresistible librito a tres tintas (negro, azul y rojo) en que ensaya sobre la suerte final de la mítica Medea.
La aparición más célebre de este personaje se encuentra en la tragedia que lleva precisamente su nombre, a cargo del último de los grandes trágicos griegos: Eurípides. Es el último porque tras él ya será imposible que haya más. No olvidemos que es contemporáneo de Sócrates y, por tanto, contemporáneo del momento en que la pólis griega, tratando de decirse a sí misma, se hunde.
No es casualidad, por tanto, que Eurípides aparezca como el más filosófico de los grandes trágicos: el asunto que este presenta no deja de ser el mismo asunto que, con otro discurso, va a presentar Platón.
En un estupendo artículo, parte del libro «El llanto y la pólis» (Oficina de Arte y Ediciones, 2019), la profesora Aída Míguez Barciela analiza de modo ejemplar esta tragedia, mostrando cómo Medea es lo femenino que enraíza la pólis a su verdad, y que precisamente la tragedia es que la raíz viene ya desarraigada (Medea es la extranjera que renuncia a su origen por el amor de un griego, o sea, de un lógos seductor), y su resistencia es la defensa del decir auténtico frente a la nueva sabiduría, representada por un Jasón que destruye la confianza comunitaria en aras del interés propio impersonal (o sea, el de en cada caso cualquiera).
Jasón traiciona los lazos afectivos; pero el castigo de esta traición ya no podrá ser la recuperación de dichos lazos, sino la imposibilidad de cualquier retorno: el futuro de Jasón, que se prometía halagüeño, se derrumba (su prometida y su suegro, que le garantizaban prosperidad, mueren el día de la boda por la trampa mortal que les prepara Medea); pero también es aniquilado cualquier futuro de la propia Medea (asesina a sus hijos y desaparece). La pérdida es total. El hogar, todo hogar posible, se evapora cuando no se respetan sus reglas (puesto que la mujer es la regla del hogar).
Así, la audaz empresa de los argonautas termina en ruina de la propia casa. Así -ahora leemos el fondo de la cuestión- la insolencia griega, la de decir la pólis, acaba con dicha pólis.
En lecturas más vulgares la figura de Medea pasará a la posteridad como la de la fugitiva, la hechicera, la amante despechada o la malvada.
El libro de Solís tiene la virtud de no repetir estos tópicos sobre Medea, sino de combatirlos ofreciendo un personaje complejo y maduro que, en solitario monólogo, reflexiona sobre su vida.
Y lo interesante es el escenario de dicha reflexión: una Medea anciana ocupa sus días midiendo la ininterrumpida disminución del iceberg en que está desterrada. No sabe cómo ha llegado ahí ni en qué mar se encuentra, únicamente que su destino, sea el que sea, solo se cumplirá cuando el cascote de hielo se desintegre definitivamente.
Todo lo demás será la pura especulación que la protagonista comparta con el espectador de su drama. Y estas especulaciones se moverán no solo en territorios estrictamente discursivos, sino también en territorios metafóricos.
Solís busca expresamente que el lector cree sus propias interpretaciones, pero, y aquí encuentro uno de los dos puntos débiles de su obra, en ocasiones los símbolos son tan crípticos que parecen arbitrarios. ¿Significan algo o son imágenes lanzadas al azar para que cada lector ponga su parte, como las manchas de un test de Rorschach?
Sin embargo el auténtico valor del libro está -así lo creemos- en la propia narración: en el modo en que se despliega gráficamente el relato.
Mediante una armadura de página bastante sencilla (principalmente rejillas de dos filas de viñetas), un trazo rotundo y limpio de adornos, y una paleta de color muy restringida (ya se dijo: sobre el delineado negro solo hay azules, grises y algún rojo, todos en masas uniformes), el verdadero protagonista no es Medea (porque su historia está a veces demasiado acá y otras demasiado allá de algún sentido, por desgracia no siempre en el lugar preciso), sino el tiempo de la historia de Medea.
Intentaremos explicar esto un poco mejor con lo que sigue.
La mencionada rejilla funciona perfectamente para escandir el progreso del relato, pues dota de una cadencia rítmica de metrónomo. Y ello casa muy bien, por cierto, con la prosodia original griega que, como es bien sabido, no era rimada sino musicada a través de las cantidades silábicas. Dichas cantidades hoy en día son más fáciles de emular mediante el tamaño de las viñetas que mediante las palabras.
En un bloque de hielo a la deriva, la lectura discurre pareja a tal deriva marítima, con su viento de popa y con su calma chicha, con sus vaivenes y con sus descansos.
Del mismo modo, el estilo de dibujo y el color dotan de pulso claro a la entonación narrativa, y así la mirada navega sin dificultad, placentera, por las páginas, en un viaje sin interrupción desde el principio al final, que invita a relecturas: como todo viaje grato, siembra nostalgias.
Y sí, quizá sea la nostalgia la emoción que despierta esta obra. Como parece casi lógico: la nostalgia es compañera de Cronos, ese que, como hiciera Medea, consumió a sus hijos.
El otro punto débil de este libro es la rotulación: ni el tipo de letra ni, sobre todo, cómo ocupa el espacio en muchos bocadillos nos parece el más adecuado para la armonía general del conjunto estético. Si en otras ocasiones nos hemos quejado de que las letras minúsculas dificultaban la lectura del tebeo, aquí el caso es inverso: tamaños demasiado grandes que aturullan la mirada y dan lugar a unos globos cuyo peso tipográfico descompensa el equilibrio de la viñeta.En todo caso, y sin ser una obra perfecta, sus virtudes narrativas compensan sus flaquezas conceptuales, constituyendo un libro que en tanto objeto sensual resulta irresistible, y que como un profesor de baile conduce el ojo lector, con su perfectamente ajustada música gráfica, a lo largo del drama final de Medea. Una propuesta original y difícil, valiosa.