Reseña de Cómic
Spirou. La Esperanza pese a Todo
(primera y segunda parte)
de Émile Bravo
Edición española: Dibbuks (IX-2019 y III-2020), según la edición original francesa a cargo de Dupuis (2018-2019)
Color: Fanny Benoit
2 tomos de 92 páginas c/u. Encuadernación en cartoné.
Hace días que se viene comentando en diferentes redes sociales varias de las chapuzas que realizan habitualmente algunas editoriales españoles con las publicaciones de material europeo. Tardaré algo en comenzar a comentar la obra que nos ocupa, pero creo que el asunto merece unas líneas.
Comenzaremos hablando de una práctica, que desgraciadamente, resulta especialmente frecuente: la jibarización (es decir, la publicación en un formato de tamaño menor que el original), nefasta costumbre con la que nos tienen machacados ciertas editoriales, que va desde el recorte de algún centímetro (a veces no perceptible, pero igualmente injustificable), hasta llegar a unos extremos verdaderamente ridículos. Teóricamente, el objetivo que se persigue con esta práctica es la de abaratar el precio y tratar de vender más ejemplares, algo que resulta patético en obras que destacan o tratan de destacar en su apartado gráfico. Aquí, rápidamente me viene a la cabeza el destrozo sistemático que viene haciendo Planeta con la obra de Hermann desde hace ya demasiados años, recortando series como Jeremiah o Las torres de Bois-Maury. Otra editorial que de vez en cuando se apunta a esta práctica es Norma, aunque afortunadamente hace ya algún tiempo que canceló su colección Nómadas, donde mutiló infinidad de buenos álbumes debido a este maldito vicio. La última en apuntarse a esta moda ha sido ECC, con esas absurdas reducciones que practica con determinados autores o series, como se empeña en hacer con la obra de Léo, con otros autores merecedores de mejor suerte como Igor Kordey o, peor aún, en integrales que recopilan auténticas obras maestras, como El señor Jean de Dupuy y Berberian o el Philemon de Fred. Insisto, resulta contraproducente el que se trate de rebajar los costes en este tipo de publicaciones, que son, por definición, de autor; es decir, que ya de por sí van dirigidos a un público muy específico.
Esta no es la única mala práctica que se sigue en nuestro país: otra de ellas, bastante común también, es la de la alteración de la portada original, que normalmente es sustituida por otra fotocompuesta, que termina siendo un auténtico engendro. En este caso, la justificación para realizar esta alteración es más cuestionable que en el caso anterior: extrañamente podrá atribuirse a criterios de orden económico, salvo que algún genio del marketing piense que a los aficionados les gusta más el formato de coleccionable. Aquí de nuevo, el especialista solía ser Planeta, que estuvo años atormentándonos con esta costumbre, aunque parece que últimamente la ha abandonado. Norma no suele recurrir a este práctica, pero cuando lo hace, persiste en ella, tal y como sucede con gran parte de la obra de Milo Manara. ECC parece haberse subido también a este carro: de nuevo le toca al pobre Hermann, autor alrededor del cual parece haberse levantado un auténtico complot.
Pero es que hay más: está la terrible moda de utilizar papel excesivamente satinado (véase el caso de Salvat con sus Astérix en gran formato), la no inclusión de los dossiers que acompañan a los integrales (también utilizando el pretexto económico), traducciones manifiestamente mejorables o las dañinas rotulaciones que hacen que el cómic en cuestión resulte ilegible. En resumidas cuentas, todo se resume en que hay demasiadas adaptaciones en las que la editorial local lo hace mal. No se entiende muy bien que en estos productos de pequeña o mediana tirada (y por consiguiente, no precisamente baratos) la calidad del producto final se vea tan comprometida. No son pocos los lectores (y lo digo porque conozco bastantes casos de primera mano) que finalmente optan por adquirir la versión original, que en general, resulta más económica. Obviamente, no todos los lectores dominan el francés o una segunda lengua, pero entre los que desistimos de comprar ejemplares con estas características y los que optan al formato original, el mercado de estos productos termina viéndose reducido.
Por suerte, siempre hay excepciones, y el caso que nos ocupa hoy destaca precisamente por todo lo contrario. La editorial madrileña Dibbuks está llevado a cabo una recuperación impecable de todo el material relacionado con Spirou. Da gusto ver sus integrales de material clásico, incluso con las partes gráficas del dossier interior traducido y rotulado en castellano, en álbumes perfectamente editados, con un papel en condiciones y a un precio razonable. Es maravilloso poder disfrutar de la obra de Franquin y compañía en estas condiciones. Lo mismo se puede decir de los álbumes de la colección regular y de las ediciones especiales (tanto de las obras de Yves Chaland, como la de los álbumes en blanco y negro de Franquin siguiendo la edición de Niffle).
He dejado para el final una colección muy especial: la que reúne las adaptaciones o versiones que hacen otros autores de este personaje fuera de la serie regular. Aquí, aunque la edición es espectacular, nos la juegan un poco con la numeración y la agrupación que se hace de algunos álbumes, pero prescindiendo de esto, el resultado es también altamente satisfactorio. Por cierto, que toda la serie es muy recomendable y está a un gran nivel, siempre realizada por artistas más que interesantes.
De entre todos los autores que han realizado su versión del botones (y las hay muy buenas) brilla con luz propia la de Émile Bravo. Ambientada en la Segunda Guerra Mundial y planteada como una serie de cuatro entregas (a la que habría que añadir como prólogo el excelente álbum Diario de un ingenuo), esta recreación sea seguramente la más lúcida de todas las que se han hecho del personaje hasta la fecha.
Su dibujo, de alguna manera fiel al estilo clásico de la serie, sirve como auténtico contrapunto a los terribles sucesos que en ella se relatan. Aquí, la gente, niños incluidos, pasan hambre de verdad (por ejemplo, en esta segunda entrega destaca especialmente el episodio donde, refugiados en un túnel, un chico le pregunta a Spirou si se puede comer a su ardilla); los judíos son segregados con el beneplácito de buena parte de la población bruselense y algunos miembros de la Iglesia sacuden a sus alumnos sin ningún miramiento. Cualquier personaje es susceptible, según van pasando las páginas, de encontrar la muerte de forma repentina, ser torturado sin contemplaciones o, simplemente, ser víctima de la hipocresía de sus semejantes. De hecho, el segundo episodio termina con Spirou embarcando en un tren que tiene como destino el campo de concentración de Auschwitz, acompañando a un par de niños judíos, sin tener una conciencia clara acerca de cuál puede ser su destino…
La inocente forma de pensar de un Spirou todavía demasiado niño contrasta fuertemente con el de su amigo Fantasio, que si bien tanto en el prólogo como en la primera entrega resultaba tremendamente irritante, en la segunda va tornando su carácter en uno más templado y maduro (aunque, como es habitual, las consecuencias de sus acciones estarán siempre bordeando la catástrofe). Uno de los aciertos del autor, en cualquier caso, es que los personajes son totalmente reconocibles: Spirou sigue siendo Spirou, y lo mismo se puede decir de su compañero Fantasio.
El fondo es bastante trágico: todos los personajes se comportan, de una forma u otra, de manera idéntica a los del teatro de marionetas ambulante con el que se ganan la vida nuestros dos protagonistas: su destino está completamente fuera de control: un conocido o un hecho casual aquí o allá puede cambiar radicalmente su suerte y el más mínimo paso que se da en cualquier dirección es incierto, desconociéndose si resultará beneficioso o perjudicial para el interesado.
El autor nos muestra continuamente las diferentes formas de pensar de los distintos personajes, reflejando sus divergentes puntos de vista acerca de la misma situación, lo que todavía añade intensidad y realismo a la trama. Así, a lo largo de sus páginas podremos encontrar a una pareja de fascistas belgas que ven una alegoría de su ideología en la inocente obra que representan Spirou y Fantasio con su teatro de marionetas; por contra, ese mismo espectáculo para el padre André es una llamada al desorden. Otras veces, esas mismas opiniones divergentes se muestran a través de diversos tipos de enfrentamientos, como la discusión que se forma por un nutrido grupo personas que hacen cola ante una tienda de abastecimientos debido a que su dueño, el señor Stern, ha colgado un cartel en el que informa de que no es judío; o las peleas infantiles provocadas por las opiniones políticas que inculcan los padres a sus hijos (aunque, por lo que se ve, a los chavales no les hacen falta demasiados argumentos y montan una trifulca cuando tienen la más mínima oportunidad). También veremos actitudes ejemplares, como la del teniente Edmond, que distribuye alimentos entre los necesitados de manera gratuita, o la del padre Philippe, comprensivo con muchos comportamientos muy alejados del severo y opresivo ambiente moral que imperaba durante la época. En resumidas cuentas, nos encontramos con una obra que, además de resultar fresca y entretenida, invita a una profunda reflexión acerca de las bases sobre las que se funda la sociedad y los supuestos comportamientos civilizados de los seres humanos. Un momento muy esclarecedor de las intenciones del autor sucede durante la primera parte, en la cual, tras un encuentro con un grupo de soldados británicos, Spirou le dice a Fantasio: “Fantasio, tengo la impresión de que nadie confraterniza de verdad en nuestro bando, que nadie se entiende. Es horrible…”
En 1992, Émile Bravo, hijo de padres españoles, se instala en el taller de Nawak, en el número 44 de la calle Quincampoix de París, junto con otras jóvenes promesas de la BD, como Lewis Trondheim, Christophe Blain, Emmanuel Guibert, Joann Sfar, Jean Christophe Menu, David B o Tronchet. Este grupo será la antesala del futuro taller de la plaza de los Vosgos, que terminará siendo una de las canteras más fructíferas de creadores de cómic francés de los últimos años, al que se unirían posteriormente Frédéric Boilet, Marjane Satrapi y Marc Boutavant.
Bravo destaca por su respeto a la tradición y a los cánones del cómic de aventuras para niños, retomando los principios de la línea clara de Hergé; de hecho, esta obra se salpica con múltiples referencias al bruselense y a su etapa en la cabecera Le Soir durante la ocupación alemana. En España se han publicado sus trabajos más importantes, entre los que destacan Las asombrosas aventura de Jules y Aleksis Strogonov. También realiza obras dirigidas a los más jóvenes.