Reseña de cómic
El Pacto
de Paco Sordo
Lorenzo Araya Suárez
Editorial: Nuevo Nueve
Autor: Paco Sordo
Encuadernación en cartoné. Color. 24×17 cm. 112 páginas.
1ª edición: mayo de 2021
ISBN: 978-84-17989-69-9
Precio: 18,00 €
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Paco Sordo ha conseguido llamar la atención de aficionados y críticos con su primera novela gráfica, este «El pacto». Y lo ha conseguido por una apuesta llamativa, tanto en cuanto al argumento como a su plasmación en imágenes.
No es que Sordo sea un novel en el mundo del cómic: es de sobras conocido por sus trabajos en las revistas humorísticas El Jueves y Orgullo y Satisfacción. Pero en «El pacto» elige, con criterio tan arriesgado como certero, cambiar totalmente el registro en que es reconocible y aprovecha para experimentar por sendas distintas, aunque, se nota, de raigambres comunes: ¿por qué simplemente continuar a tus autores de referencia cuando puedes, de manera más fructífera, jugar con ellos?
Nos permitiremos aquí cierto excurso. Recordamos las palabras de John Byrne defendiendo su preferencia por trabajar con franquicias populares: eso te provee de una caja repleta de juguetes con los que divertirte, sin tener que crearlos tú mismo. Si haces tebeos de los Fantastic Four, tienes décadas de historia y de personajes en la trastienda con que y sobre los que poder crear tus propias aventuras; el salto creativo no es sin red (en este caso, sin Reed -ay, perdón por el chiste malo-), sino que trabajas con un material probado por el tiempo.
Pues bien, tras los acontecimientos fundamentales acaecidos a mediados de los años ochenta, alrededor de obras como «Watchmen» o «Return of the Dark Knight», un camino queda clausurado: el de los relatos de continuidad indefinida (lo que no significa que no hubiera, y siga habiendo, empecinados en dar vueltas de mula en ese callejón sin salida); pero esta clausura, este fin, no es un simple fin tras el que ya no cabe nada más, sino de los que abren una nueva historia (una nueva historieta). Grant Morrison será, aún dentro del mercado mainstream, un discípulo tan aplicado como atolondrado. Pero uno de los primeros que entendió qué estaba pasando y que sacó las conclusiones correctas fue Daniel Clowes: el principal objeto del cómic ha de ser, en esta época de madurez, el cómic mismo, y su formato preferente, el de novela gráfica. La pujanza de dicho formato no es, como algunos parecen empeñarse, ni asunto caprichoso ni mercadotécnico, sino un paso esencial en la maduración de este medio artístico.
Es un camino ya transitado por otros medios, desde las artes plásticas hasta la literatura. Un camino ya expuesto por la disciplina que, siendo el origen de todo lo que conocemos como nuestro mundo, representa la autoconsciencia pura: la filosofía (los hitos de este relativo vuelco los podemos situar en Nietzsche y en Heidegger, también en el Wittgenstein de las Untersuchungen; actualmente su máximo representante es el español Felipe Martínez Marzoa).
Pero volvamos al libro que nos ocupa, esperando que la digresión previa adquiera razón de ser y sentido en lo que contaremos a continuación.
En la misma editorial que lo publica, Nuevo Nueve, ya apareció, creo que como su primera referencia, la novela gráfica «Epílogo». Su autor, Pablo Velarde, también proviene de El Jueves y también rompe ahí con lo que mejor le conocíamos previamente. Nos parece signo de madurez creativa poder adaptar tu relato al formato en que se publicará. Obviamente un artista tiene todo el derecho del mundo a publicar libros de páginas de humor, pero esto no dejará de parecer una recopilación en libro de lo que ya hacía en revista periódica. Tanto Velarde como ahora Sordo han optado por la otra opción: si haces un libro, que sea UN libro.
«El pacto» se construye sobre un argumento tan llamativo como sencillo: a finales de los años cincuenta un aficionado a los tebeos de la editorial Bruguera intenta sin éxito ser aceptado como dibujante en dicha empresa. Así que formaliza un delirante pacto con el demonio para lograr su objetivo.
A pesar de que la propia contraportada del libro nos desvela cómo se sustanciará dicho pacto, no lo contaremos aquí, porque nos parece parte fundamental de la historia. Sí que en sus páginas se reúnen de manera ejemplar hechos y personajes reales con otros inventados por Sordo (empezando por el protagonista, ese aspirante a dibujante llamado Miguel Gorriaga). Tenemos aquí un primer nivel de juego metanarrativo: un lugar reconocible de la historia del cómic español invadido por la ficción. El autor sale airoso de este envite, desarrollando el hilo argumental de manera concisa y eficiente. Es decir, la historia es interesante por sí misma. Y, sin embargo, este nivel es poco novedoso, puesto que en él se mueven todas los relatos de ficción histórica.
Nos parece que donde la obra de verdad brilla es en un segundo nivel de juego metanarrativo: el modo en que Paco Sordo nos cuenta el cuento.
Para empezar, la historia comprende dos hilos narrativos: uno propiamente diegético en que vemos la peripecia de Miguel Gorriaga; otro, metadiegético, en que tenemos a distintas personas hablando desde un momento temporal indefinido (supuestamente el ahora del lector) de Miguel Gorriaga. En esta contraposición el lector disfruta comparando lo que la posteridad piensa de Gorriaga y lo que en verdad sucedió. También en este hilo metadiegético encontraremos personajes reales e inventados para la ocasión.
Dicha contraposición de hilos narrativos está estupendamente remarcada por el estilo de dibujo en que cada una se presenta.
Mientras que los testimonios del plano que he llamado metadiegético están dibujados en un estilo de figuración bastante realista (cercano al Daniel Clowes de «Like a velvet glove cast in iron»), las escenas estrictamente diegéticas tratan de asimilar el estilo preponderante de la Bruguera del momento. Esto se ve sobre todo en el modo en que están representadas las orejas: de los seises característicos del Mortadelo de los años cincuenta a las taus que vendrán, vía “escuela de Marcinelle”, ya desde finales de los sesenta. Aunque la mano original del propio Sordo aún resulta reconocible detrás de esas vestimentas, que no quieren ocultar, sino todo lo contrario, cierta corporalidad demencial y enfermiza a lo John Kricfalusi.
Incluso la propia superficie, la apariencia del papel, se usa en primer lugar para ubicar el momento narrativo, según la decoloración de la pulpa, y en segundo lugar y más importante ubicando el relato como tal relato y, en concreto, como cómic.
Por todo lo comentado, no resultará sorprendente que la armadura de página preferente sea la de dos filas iguales de viñetas, semejante a la de los chapuceros remontes que Bruguera ofrecía en sus cómics y libros de formato reducido. Obviamente, en el caso de «El pacto» no hay nada de chapucero ni de perezoso en la puesta en página, sino que, de nuevo, responde al plan original que ya anuncia la portada de la obra: una atractiva imitación de las de la colección «Joyas Literarias Juveniles» de Bruguera.
Así, nos encontramos ante un cómic que, si lo redujésemos al relato que cuenta, podría haber quedado como una novedad tan simpática como anecdótica, pero al que su fenomenal, casi apabullante aunque aparentemente simple, narrativa gráfica sitúa en el podio de la excelencia y explica la atención mediática que está obteniendo. Sin duda, una de las obras imprescindibles del curso.