Reseña de Cómic
El Camino de la Espada

Edición española: Yermo Ediciones
Guion: Mathieu Mariolle

Dibujo: Federico Ferniani, Mikael Bourgouin, Yann Tisseron, Richard Guerineau y Valentin Sécher

Decía el escritor Rainer María Rilke que la patria de todos se encuentra en la infancia. Que es en esa época cuando el individuo forja su carácter. También cuando comienza a tomar decisiones importantes sobre su futuro. Y, bueno, aunque sobre el destino hay mucho escrito y poco comprobado, todos nos hemos arrepentido de alguno de los senderos que hemos escogido. En ocasiones, además, cuando ya era demasiado tarde para desandar lo recorrido. Y es que en la vida todo tiene un precio. Nadie dijo nunca que ser libre fuese sencillo.

Precisamente, la importancia de las decisiones, y el peaje a pagar por los fallos cometidos, es el eje principal de “El camino de la espada”. Ese cómic de samuráis -editado recientemente por Yermo– que ha enamorado a miles de lectores gracias a su arte.

La historia que cuenta, nacida en forma de novela en la mente de Thomas Day hace más de 20 años, recupera a uno de los guerreros más famosos en la historia del Japón feudal: Miyamoto Musashi; quien fue, además de maestro en el uso de la espada, el autor de “El Libro de los Cinco Anillos”. Una de esas obras asiáticas de tintes bélicos y vitalistas que, como el “Bushido” o “El Arte de la Guerra”, todavía se siguen devorando con los ojos.

“Se dice que Miyamoto Musashi, en la cima de su arte, era capaz de golpear a tres enemigos en un mismo instante con un gesto invisible, y que el secreto de esta velocidad siempre será un misterio. Convertir una fracción de segundo en una eternidad, la de la muerte, se trata sin duda de un arte oscuro”, explica Thomas Day en el prólogo del cómic sobre la capacidad del ronin (samurái sin señor) en el uso de la espada.

El precio de la libertad

Detrás de la adaptación de la novela al cómic se encuentran el guionista Mathieu Mariolle y el dibujante Federico Ferniani. Sirviéndose de un arte sobresaliente, que le aguanta la mirada al mejor que el lector sea capaz de imaginar, la obra plasma -con ciertos toques de fantasía- la situación social y política del Japón del siglo XVII. Un territorio que, a pesar del paso de las centurias, sigue aferrado con fuerza a sus viejas costumbres y tradiciones.

En los escalones más altos de este Japón estratificado se encuentran los señores de la guerra. Dedicados, por norma general, a la explotación de los recursos ubicados en sus dominios y a la defensa y ampliación de estos mediante el uso de la espada. Precisamente, la obra arranca presentando al hijo de uno de ellos: Mikedi “Oni” Nakamura, quien es el auténtico protagonista y narrador de los sucesos que guarda el cómic bajo sus tapas.

El joven, tremendamente ambicioso y egoísta, termina sirviendo como discípulo de Musashi como medio a través del cual aprender el arte de la espada. Con los años, y con el adiestramiento pertinente, Mikedi espera ser digno de pedir la mano de la hija del emperador y, de este modo, convertirse en Sogún.

Durante el tiempo que el joven pasa a su cargo, el avezado ronin trata de hacerle reconsiderar su futuro. En lugar de la vida de opulencia y gloria que ansía, le muestra otras vías posibles. Entre ellas, se encuentra el Camino de la espada, que permite a quien lo sigue vivir en libertad y sin ataduras. Escogiendo las motivaciones por las que desenvaina el arma. Algo que, según el propio maestro, puede resultar mucho más satisfactorio que todo el poder del mundo concentrado entre dos manos.

Gracias a su importante carga filosófica y ética, la obra puede conseguir que el lector se cuestione a sí mismo sobre las elecciones que ha tomado en su vida. Algo que no tiene por qué ser norma. Pero que, por lo menos, en el caso del arriba firmante sí se ha cumplido. También muestra que incluso la libertad y el desapego más absoluto tienen un precio. Y que el hecho de romper con los convencionalismos sociales y vivir a tu manera no garantiza necesariamente la felicidad.

Un arte sobresaliente

Dicho lo menos evidente, pasemos a la razón principal que ha convertido a este cómic en un pelotazo. No cabe duda de que el arte facturado por Ferniani, así como el del resto de autores que toman los lapices en contadas páginas, es sobresaliente a todos los niveles. El trabajo, enormemente realista y fiel demostración de lo que un dibujante puede hacer con el tiempo necesario, es capaz de transportar de forma vivida al lector por todas las viñetas que componen la obra. Gustan especialmente sus paisajes y las partes de acción, en las que imprime un gran dinamismo a los personajes. También el color, aplicado por Jean-Paul Fernandez y Luca Saponti, resulta impecable.

A pesar de que la edición de Yermo está bastante lograda, hemos notado que cuenta con algún error en la disposición de unos pocos bocadillos. En estos casos, encontramos el texto correspondiente a un personaje en el lugar de otro. Algo que puede dispersar al lector y que debería ser corregido en futuras ediciones.

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