Reseña de Cómic
15
de David Muñoz y Andrés G. Leiva

Lorenzo Araya Suárez


Editorial: Astiberri
Guion: David Muñoz
Dibujo: Andrés G. Leiva
Encuadernación en cartoné. Blanco y negro. 128 páginas.
1ª edición: marzo de 2021
ISBN: 978-84-18215-40-7
Precio: 16,00 €

Portada

A David Muñoz y a Andrés G. Leiva les tenía perdida la pista hace tiempo. Al primero lo relaciono con aquella feliz ocurrencia de «Rayos y Centellas», junto a Luis Bustos; del segundo me admiró su díptico «Horrible hórreo/El misterio de Electra», que aún guardo con cariño en mi biblioteca de obras especiales. Luego leí su «Evelyn» y algunas páginas en el prozine «Tos», y ya no supe más. El nombre de David Muñoz sí lo he visto de vez en cuando, sobre todo relacionado con proyectos audiovisuales.

Así que cuando encontré a ambos autores reunidos en una obra se me juntaron la sorpresa agradable y la irresistible curiosidad. Un cómic con tales antecedentes debería llamar la atención de los buenos lectores de tebeos. Y las expectativas se han cumplido, ya que «15» es un ejemplo de lo que pueden dar de sí las habilidades de dos autores en su plenitud creativa.

Este cómic es un señor canto rodado: sólido, redondo, sin aristas. Una lección sobre cómo narrar una historia, que pide relectura no porque su comprensión completa lo exija, ya que no hay intertextualidad ni mensajes ocultos ni complejidades, sino para regocijarse en su transparencia. Sobre todo porque la transparencia de un relato es cualquier cosa menos un hecho espontáneo; todo lo contrario: es fruto de un arduo trabajo de reflexión sobre lo narrado y sobre el narrar mismo.

Que este cómic se lea de un trago solo es posible porque detrás hay una planificación sensacional, y es esta la que pide una degustación secundaria. En esta segunda lectura no vamos a descubrir elementos que nos hubiesen pasado desapercibidos en la primera, y mucho menos que vayan a variar nuestra comprensión de la historia; sino que podremos observar, ahora con la calma que da el no estar amarrados al fluir hipnótico del relato, los bastidores y tramoyas que mueven y sostienen el drama.

Y es un drama breve, limpio de elementos accesorios u ornamentales, tan crudo como directo, que quizá no satisfaga a aquellos que pagan un cómic por horas de lectura. Tampoco satisfará a los que confunden emoción con artificio: aquí no encontrarán giros a la O’Henry. «15» nos cuenta una historia breve, seca, de personajes bien presentados y de desarrollo tan rotundo como verosímil.

Y si podemos afirmar que es una obra para lectores maduros no será porque tiene violencia, sino porque esta es desagradable; tampoco será porque presente personajes de comportamiento infantil modelados para un público infantilizado (que, por eso, los recibe como ejemplos de normalidad). Sí, efectivamente, el comportamiento de los personajes es inmaduro, pero no porque el autor o su lector objetivo lo sean, sino porque son el resultado cabal de un mundo enloquecido.

Que la guerra deshumaniza es ya casi un eslogan vacuo, de anuncio televisivo (si es que en la televisión hubiera otra cosa que anuncios). Lo que esconde tal vacuidad publicitaria es la naturaleza de esa deshumanización. Esta no consiste en el mero cometer actos aborrecibles, sino en que tales actos pasen inadvertidos: la normalización de lo aborrecible y su conversión en entretenimiento mass-media (y conéctese esto con lo dicho en el párrafo anterior para entender de qué «cultural catastrophe» nos alerta Alan Moore).

En «15» se muestra el horror, no se exhibe. Y es un horror tan banal, tan minimalista, tan intrascendente, tal desperdicio de vidas humanas (como si estas no fueran lo más valioso, lo más irrepetible y su pérdida, irreparable, de la creación natural), que desenmascara el rostro del verdadero horror.

El episodio tiene lugar en una calle del Madrid sumergido en la Guerra Civil y no ocupa más de un día de ese drama gigantesco que fue el conflicto. Una representación teatral que resume dicha catástrofe por medio de un micro destilado de absurdo, violencia, estupidez, ingenuidad y miedo. Y aunque el escenario es una calle singular, está tan bien descrita que el lector termina sintiéndola familiar, hasta el punto de que se convierte en el escenario de todos los dramas del mundo.

Centrándonos en la parte gráfica, el estilo de Leiva se parece poco al que recordamos de aquellas obras primerizas. Aquí abandona la técnica de crayones y recurre a un blanco y negro de tintas abruptas, para un dibujo que a veces me recuerda al Pazienza intermedio entre el realismo y la caricatura. A primera vista puede parecer simple, pero, si lo juzgamos a la luz de lo narrativo, es ejemplar en su precisión: cada viñeta, cada composición y cada uno de sus contenidos son exactos en el discurso del relato. Cada una de las elecciones gráficas es la correcta, demostrando que los autores han trabajado una exhaustiva planificación previa. Ni siquiera una armadura de página prediseñada se impone a las exigencias narrativas, sino que la sintaxis completa, que incluye dicha armadura, se pone al servicio de la semántica (o sea, de lo que se está contando, de la historia).

Es este magisterio narrativo, la perfecta comunión de forma y contenido, el que eleva un hecho en el fondo banal, una más de las múltiples atrocidades de una guerra (y una guerra no es, ya nos lo avisó Hobbes, otra cosa que la normalización de la atrocidad, que, con ello, queda desnaturalizada), a arquetipo. Haciéndose relevante, gracias al arte, esta atrocidad, se nos revela lo atroz de toda atrocidad (así, se desbanaliza lo banalizado: recupera su naturaleza). Y ya sabemos desde antiguo que precisamente la tarea del arte es hacer aparecer lo que hay: mostrar, en un decir relevante, el cielo como cielo y la tierra como tierra. En este caso: el horror como horror.

En conclusión, «15» nos ofrece, en segunda instancia, una lección práctica sobre el lenguaje del cómic. La ficcionalización de un posible evento real es la materia a partir de la cual los autores, David Muñoz y Andrés G. Leiva, esculpen su relato. El cincel es la poesía fascinante con que se narran las epopeyas: el de ese decir que dice alethés.

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