Muerte, el dulce ocaso de la vida

No cabe duda de que sin Vertigo ni DC, ni el cómic estadounidense, serían lo que conocemos. Lo mismo podría decirse del popular subsello, ahora convertido en Black Label, si el nombre de Neil Gaiman nunca se hubiese dejado caer en sus páginas. Sobre el genio y la impecable narrativa del autor británico (Portchester, 1960) ya se ha dicho (y se ha escrito) prácticamente todo. Y no es para menos, teniendo en cuenta la riquísima carrera que ha cultivado, tanto en el cómic como en la literatura fantástica convencional, durante los últimos 30 años.

En ese tiempo, el creador ha puesto su firma en trabajos tan punteros como Stardust, American Gods o Los Libros de la Magia. Sin embargo, no cabe duda de que el amante del Noveno Arte siempre le asociará, al menos en primer lugar, con The Sandman; colección reconocida por muchos -por no decir todos- como una de las mejores cosas que le han pasado al cómic americano en su historia.

En sus 75 números, publicados entre 1989 y 1996, el guionista presenta y desarrolla a los Eternos. Una serie de entidades hermanas que se encargan de que la rueda de la vida (y las sensaciones y momentos que la dan sentido) no se pare. Entre ellos destaca Morfeo, o Sueño, que es el personaje que marca el curso de la colección. Junto a él encontramos a Delirio, Destino, Deseo, Desespero, Destrucción y, por encima de todos, a Muerte, que, con el paso de los años, se ha convertido en uno de los grandes exponentes del cómic americano más adulto. Ya sea por su marcada estética gótica y juvenil, o por su carácter vivaracho y desenfadado. A caballo entre el estoicismo y el puro positivismo. Una imagen que, la mires por donde la mires, difiere notablemente de la clásica parca de manos huesudas, guadaña, reloj de arena, capucha y cuencas huecas. Tan áspera y desalentadora como repetitiva. Al menos, a nivel iconográfico.

«Llegó a mi cabeza más o menos una semana después que su hermano (Morfeo). Él llegó melancólico, silencioso, pálido y adusto. Y, aunque había un innegable parecido familiar, ella era lo opuesto en muchos sentidos: sensata, agradable y maja», explica Neil Gaiman en Una Galería de Muerte, número simple publicado en 1993 en Estados Unidos en el que varios artistas dibujaban al popular personaje.

Con el avance de Sandman, Muerte ganó tantísima popularidad que con los años ha continuado apareciendo de vez en cuando en colecciones de varios personajes de DC Comics. Incluso el propio Gaiman terminó dándole vida lejos de la cabecera principal en dos miniseries publicadas originalmente en 1993 y 1996 respectivamente: El Alto Coste de la Vida y Lo Mejor de tu Vida, que, en estos momentos, están recopiladas por ECC, junto a otras propuestas más breves, como La Noria o Un Cuento de Invierno, en el sexto tomo de la edición deluxe de Sandman.

Cada miniserie está compuesta por tres números, y juntas conforman una historia completa. Aunque se pueden leer de forma independiente, es preferible haber pasado por Sandman previamente. Al menos, hasta la culminación del arco Un juego de ti, que es donde aparecen algunos de los personajes y hechos que le dan sentido a la historia.  En la primera miniserie, el lector acompaña a la hermana de Morfeo por su día en la Tierra. Un evento que se da una vez cada siglo y que tiene por finalidad que el personaje comprenda mejor al ser humano. Tanto sus dudas como el peso de sus decisiones o su miedo ante el final. Ese que, antes o después, nos alcanza a todos.

En esta ocasión, Muerte se ve sumergida en el Nueva York de los años noventa junto a Sexton Furnival, un joven de carácter nihilista y algo aburrido de la vida. Durante su desarrollo, Gaiman presenta a una Muerte especialmente encantadora. Incapaz de borrar la sonrisa de la boca incluso cuando la vida de aquellos que la acompañan se encuentra en riesgo. Mientras tanto, en Lo Mejor de tu Vida, la hermana de Morfeo muestra su enorme comprensión con aquellos que pierden la vida. Y, lo que es, quizá, incluso más importante: con los que les son más cercanos y están obligados, por ley, a verles marchar.

Bien visto, juraría que Gaiman nada más ha mostrado al personaje realmente enfadado en un número; el 8 de Sandman que, además, es su primera aparición. Y todo por culpa del amor fraternal.

Porque Muerte ama. No cumple con su trabajo con mucho gusto. Como decíamos antes, no encaja en ningún arquetipo de la segadora. Al menos occidental. Ella nos conoce a todos. A ella le importamos todos. Cuando nos lleva lo hace porque no le queda más remedio. Porque es su obligación. «No quería una Muerte que sufriera con su trabajo, que se deleitara en exceso con él o a quien no le importara nada. Quería una Muerte a la que me gustara conocer. Alguien a quien le importara. Como ella», dice Gaiman.

El propio autor ha reconocido en varias ocasiones que, a lo largo de los años, varias personas le han dicho que su proyección de Muerte les ha permitido digerir mejor la desaparición de un ser querido. Algo que, según el autor, no fue predeterminado. Sin embargo, podemos encontrar historias que, precisamente, buscan relativizar la desgracia. Desde Un Cuento de Invierno, donde el personaje narra su crecimiento a lo largo de los años, hasta La Noria, donde se trata de forma directa la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York en aquel oscuro y memorable 11 de septiembre de 2001.

Sea como fuere, Muerte, como todos sus hermanos, va directa a fortalecer más, si cabe, su condición de icono pop. Netflix lleva desde octubre trabajando en la adaptación de Sandman y, con su llegada a la plataforma de streaming, de la que por el momento se sabe poco, se espera que la popularidad del cómic se dispare. Y, sin duda, también la de la dulce parca de Gaiman. Uno de los personajes más sorprendentes y fascinantes que ha dado el cómic americano en la historia.

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