Opinión: Juicio a los X-Men de Hickman

Aviso de spoilers

El presente artículo de opinión contiene detalles importantes de la trama de Dinastía y Potencias de X, por lo que aconsejamos su lectura tras haber terminado ambas miniseries.

Comienzo poniendo las cosas en contexto: los X-Men (La Patrulla-X, para los lectores de los tiempos de Forum) es mi grupo de superhéroes favorito y la etapa de Claremont me parece sencillamente una obra maestra del género. Desde entonces, Morrison y Whedon han sido los únicos que han logrado crear etapas imprescindibles de los mutantes, que han sufrido una larga travesía por el desierto. Desde etapas aceptables a otras directamente horrendas, como la perpetrada por Brisson, Thompson y Rosenberg y que sirvió de antesala a la que nos ocupa.

Llegaba Jonathan Hickman a los mutantes con vitola de salvador tras unos años alejado de Marvel y de haber firmado una discutible etapa de Vengadores culminada con un insulso revival de Secret Wars. Lo hacía al más puro estilo Bendis, con dos miniseries que se iban intercalando y donde prometía devolver el esplendor perdido a los mutantes. En esta misma página reseñé el inicio de las mismas, que entonces me pareció prometedor (a pesar de algunas incongruencias), pero con el transcurso de los números caí primero en el aburrimiento y después en una profunda decepción.

Aunque el giro que se le dio a Moira me pareció brillante y una manera acertada de proporcionar a los X-Men su propio mefistazo, tampoco este punto está exento de polémica. Varias páginas estadounidenses descubrieron la extraordinaria similitud del argumento con la trama de la novela Las Primeras Quince Vidas de Harry August, de Claire North que, para más inri, Hickman reconocía estar leyendo en una entrevista del 2015.

Sospechas sobre la originalidad del argumento al margen, la razón principal por la que considero a la de Hickman una etapa fallida, es que traiciona sin contemplaciones el espíritu mismo de la serie desde su creación. A nadie se le escapa que Lee y Kirby usaron a los mutantes como una clara alegoría contra el racismo imperante en los años sesenta.

Muchas minorías que se sentían perseguidas por su raza, condición sexual o sufrían acoso escolar, podían verse reflejadas en aquellos personajes que, a pesar de ser atacados y odiados por la humanidad, no dudaban en arriesgar sus vidas para protegerla. Reflejo que se vio aumentado por la Segunda Génesis, donde mutantes de distintas razas y nacionalidades, como Coloso, Lobezno, Rondador Nocturno o Tormenta, formaron una de las alineaciones más icónicas del grupo.

Hickman cambia todo eso de un plumazo presentando primero a un Xavier que chantajea a la humanidad y en la parte final, directamente, la amenaza. A su vez, emplea a unos mutantes que abrazan sin tapujos el supremacismo y consideran a la humanidad como a una raza inferior.

Alguno en este punto podría argumentar que no es la primera vez que Xavier muestra una personalidad cuestionable, pero la Kitty Pryde o el Rondador Nocturno que llevo leyendo desde hace décadas no permanecerían impasibles aceptando dicha hoja de ruta. Se opondrían frontalmente y con toda seguridad abandonarían Krakoa al instante.

Otros podrán apelar a que la historia tiene truco, cosa nada descabellada, y que todo obedezca a las maquinaciones de un villano en la sombra que está poseyendo a Xavier y le obliga a actuar así. Incluso a que todo lo leído transcurre en un universo alternativo, o que todo volverá a la normalidad con la muerte de Moira. Sin embargo, donde Slott puso las cartas sobre la mesa y desde el principio dejó claro que Superior Spiderman estaba protagonizada por Octopus, aquí Hickman se guarda todos los ases en la manga y juega a que esta realidad ha venido para quedarse.

Por desgracia, no es la cuestionable moral de los mutantes, que los acerca más a villanos que a otra cosa, lo único que flaquea durante la miniserie. De hecho no es la primera vez que Hickman utiliza ese recurso, ya visto en sus Vengadores, y que parece responder a la obsesión del autor por buscar puntos oscuros en los superhéroes, como si de una revisión de Watchmen se tratara.

También vemos a los personajes desdibujados, y no solamente por el nuevo rumbo que han abrazado ciegamente. Tormenta, sin ir más lejos, antaño protagonista principal, aquí ve su papel reducido al de mera comparsa y no son pocos los que señalan la falta de protagonismo de las mujeres X cuando, precisamente, si por algo ha destacado la serie desde tiempos de Claremont es por presentar a heroínas fuertes.

Otro punto débil de las miniseries es el recurso de la resurrección. Hickman nos hace creer que el grupo muere durante una misión para, al pasar la página, usar un recurso bastante tramposo que consiste en que ahora todos pueden ser resucitados incontables veces al más puro estilo de Kenny en South Park. Se me ocurren pocas cosas más aburridas que leer un cómic pijamero donde los héroes no pueden morir. O mejor dicho, no paran de hacerlo, convirtiendo sus muertes es un chiste.

Otra carencia de las miniseries se centra en la de Potencias, que acaba convertida en puro relleno para hacer pasar a los lectores dos veces por caja. La historia comienza presentando a unos trasuntos de mutantes clásicos que, de repente, desaparecen de un plumazo a mitad de la miniserie dando, la sensación de que su trama no aporta absolutamente nada al conjunto de la obra. Desde ahí hasta el final, nos espera un tedioso camino en el que Hickman nos presenta una de sus habituales amenazas más grandes que la vida y donde apenas la última página aporta algo interesante. La sensación que deja Potencias de X es la de un lastre que ralentiza notablemente el conjunto de la obra y queda muy por debajo de Dinastía de X.

Tampoco es nada desdeñable que de repente todos los villanos convivan en paz y armonía con los héroes y veamos a personajes como Apocalipsis o Mister Siniestro, no ya vivir en Krakoa, sino ser parte de la clase dirigente obviando enemistades mortales que han marcado décadas de historia del grupo.

De hecho, contemplamos asombrados como Lobezno comparte cervezas con alguno de sus antagonistas, a pesar de que fueron responsables de la masacre de alguno de sus seres queridos. De nuevo una situación tremendamente incongruente y de difícil explicación.

Tampoco gusta la obsesión de Hickman por intercalar gráficos explicativos cada pocas páginas. Algo que interrumpe la narración y, en algunos casos, para no aportar nada interesante y cuyo punto culminante ha sido una página en blanco desgranando un menú en un número de la serie regular.

Todo este conjunto de cosas hacen que me sea imposible comulgar con semejantes ruedas de molino aunque la mayoría de lectores sí lo estén haciendo. Si conseguimos abstraernos de todo lo apuntado, o queremos creer que esto sucede en otro universo, podría ser un buen cómic de ciencia ficción. Sin embargo, como etapa de X-Men me resulta absolutamente indefendible por una sencilla razón: estos no son los X-Men.

De la misma forma en la que Batman no mata y el Castigador no promueve el pacifismo, los X-Men siempre han defendido la convivencia pacífica. Saltarse algo que va en la misma esencia de la serie demuestra que el guionista no los ha entendido.

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