Reseña de cómic
Yo, Mentiroso
de Antonio Altarriba y Keko
Lorenzo Araya
Editorial: Norma Editorial
Guion: Antonio Altarriba
Dibujo: Keko
Cartoné. Bitono. 164 páginas.
19,90 €
Conclusión de la Trilogía Egoísta, este álbum es apabullante. Con una perfecta construcción de la narración, nos relata las peripecias del asesor de comunicación del gobierno de España.
Podríamos decir que hay dos líneas narrativas en esta historia, cuya convergencia es precisamente lo que lo convierte en un cómic colosal (me atrevería a decir que es incluso superior al inicial «Yo, asesino», que ya es decir): por un lado, la presentación de los entresijos de la gestión del poder político en un Estado actual; por otro lado, la imbricación de lo anterior en un «thriller» criminal. Así, sobre el trasfondo descriptivo de cómo funcionan los resortes de la manipulación de masas, asistimos también a la investigación de una serie de espectaculares asesinatos que al mismo tiempo conecta, y en cierto sentido cierra, este volumen con el primero de la trilogía.
Por una especie de feliz coincidencia este tebeo es, por lo que respecta a la primera línea narrativa señalada, una especie de contrapunto al también estupendo «Primavera para Madrid», de Magius, publicado solo algunos meses antes por la editorial Autsaider Cómics.
Casi da pena que los autores de ambas obras no se hubiesen puesto de acuerdo para nombrar igual a sus personajes. Y es que en este «Yo, mentiroso», como en aquel «Primavera para Madrid», los parecidos entre personajes de los cómics y personalidades reales de la vida pública de nuestro país no son tales, sino que directamente son ellos mismos, pero con los nombres levemente cambiados. Acerca de esto, y aunque el cómic es perfectamente disfrutable para el que no conozca los hechos reales que aparecen, el estar bien familiarizado con la historia reciente de la política española añade niveles de lectura que la hacen más gozosa, pues ir reconociendo hechos verídicos y ver cómo están tan bien entramados con hechos ficticios resulta francamente sugestivo.
Añádase que este juego extradiegético entre realidad y ficción se puede entender como otra parte del contenido narrativo mismo: el protagonista de «Yo, mentiroso» es Adrián Cuadrado, remedo obvio del hoy tan célebre como misterioso Iván Redondo, y nos va contando mediante textos de apoyo su manera de entender la política y la vida, desde un punto de vista posmoderno en que la verdad ya no es, ni puede ser, aquella «adaequatio intellectus ad rem» escolástica, sino la ultrapragmática, casi banal, hoy tan de moda «posverdad». Nietzsche y Foucault leídos, como temía Rorty, para apuntalar la realidad de los que mandan, en lugar de para ponerla en tela de juicio. Todo un baño de «Realpolitik» que, para disfrute de paladares exigentes, pocas veces (aunque alguna sí: esa reunión en Bruselas, ¡ay!) cae en la simplificación y parodia de lo que de verdad sucede en la altas instancias del poder político. La exageración solo provoca burla (del objejo representado o, cuando es involuntaria, de la propia obra), y en este cómic no hay nada risible, sino solo horror.
Quizá la gran conclusión del libro, y que lo sea no es la menor de sus virtudes, es que Adrián Cuadrado, a pesar de todo su cinismo y exaltación de la mentira como herramienta de dominio, no parece ser más que otro pelele en manos de los que realmente saben la verdad y, por ello, tienen verdaderamente el poder. Su defensa de la mentira termina siendo un reconocimiento tácito, casi patético, de que esta solo tiene sentido porque hay verdad.
En cuanto a la parte gráfica, el trabajo de Keko es, como acostumbra, soberbio: sobre un fondo fotográfico sus personajes, dibujados en una figuración deformadora, pero realista, despliegan su miseria en un mundo tan negro como sus propios comportamientos. Si sus nombres dejan pocas dudas sobre sus referentes reales, sus apariencias solo los confirman: por mencionar solo a uno, Pedro Sanchís es Pedro Sánchez y parece Pedro Sánchez.
Y, de manera semejante a las anteriores entregas de la serie, desde dentro del contraste entre el blanco y negro básicos emerge, en lugares puntuales, un color, en este caso el verde. Quizá este recurso entra más obligado por mantener cierta unidad de estilo de la trilogía que por exigencias expresivas. En cualquier caso, al menos estéticamente, aunque no siempre, no está de más.
En conclusión, estamos ante una obra mayúscula, que te engancha desde el inicio y en la que, de pronto, te ves arrastrándote por el fango de lo más podrido de nuestra sociedad contemporánea hacia los horrores de la siguiente página. Un libro profundo y al mismo tiempo ligero; que exige una lectura cuidadosa, pero que al mismo tiempo fluye a toda velocidad, como en el frenesí de una huida hacia adelante. Un cómic fascinante y aterrador. Un cómic importante.