Reseña de Cómic
Cassandra Darke
de Posy Simmonds

Edición española: Salamandra (I-2020), según la edición original inglesa a cargo de Jonathan Cape (XI-2018)
Guión, dibujo y color: Posy Simmonds
96 páginas, encuadernación en cartoné

En mayo de 1977, Posy Simmonds, una joven ilustradora, empezó a dibujar una tira cómica semanal para el diario londinense The Guardian. Lo que comenzó siendo una parodia de las series de aventuras orientadas al publicó femenino, terminó convirtiéndose en la crónica de la vida de tres mujeres maduras de clase media con una importante componente satírica acerca de la sociedad contemporánea, su moral y sus costumbres. Estuvo publicándose cerca de diez años y, posteriormente, ha sido recopilada en varios libros. Aunque Mrs. Weber’s Diary permanece todavía inédita en castellano, sus obras sucesivas han tenido mucha mejor suerte: sus dos exquisitas novelas gráficas, Gemma Bovery (1999) y Tamara Drewe (2007), fueron debidamente traducidas al castellano. Mucha culpa de ello se debe seguramente a la evolución del estilo gráfico de su autora, que se ha ido refinando con el tiempo, a la vez que su sentido del humor y sus críticas se han vuelto cada vez más vitriólicas.

La original mezcla de cómic, texto e ilustraciones que realiza Posy Simmonds hacen que la lectura de cada una de sus obras resulte una experiencia sumamente gratificante. A este combinado hay que añadirle las múltiples referencias literarias que incluyen sus obras de manera habitual y unas irrefrenables ganas de remover conciencias. Es una autora que ha conseguido derribar muchas barreras y que ha conquistado entre su audiencia a una gran cantidad de personas a las que no les interesa el cómic.

Si en sus dos anteriores entregas las protagonistas destacaban por su sex-appeal, en este ocasión sucede lo contrario: Cassandra Darke es una marchante de arte vieja, gorda y poco atractiva, con un carácter huraño y desagradable, que vive en una jaula de cristal: aislada en una mansión valorada en ocho millones de libras situada en el barrio de Chelsea y acostumbrada a todo tipo de comodidades. Pronto se descubrirá que ha estado promoviendo una estafa de falsificación de obras de arte. A consecuencia de sus acciones, descubrirá otro mundo, violento y lleno de miseria, de la mano de Nicki, artista “comprometida”, hija de su exmarido y su hermanastra, a la que acoge en el sótano de su casa como asistente. El lector se verá atrapado en varias encrucijadas, como si la autora estuviese pidiéndole su opinión en varios temas: dos mundos estancos; dos formas de ver la vida; dos concepciones contrapuestas de concebir el arte.

Hay otro nivel de lectura en Cassandra Darke, aunque no sea necesario llegar hasta él para la comprensión de la obra por parte del lector medio. No en vano, además de pertenecer a la Orden del Imperio Británico, Posy Simmonds también forma parte de la Royal Society of Literature (salvando las distancias entre ambas instituciones, ¿se imaginan a un autor de cómics español como miembro de la Real Academia de la Lengua?). Si Gemma Bovery estaba inspirada en la obra de Flaubert y Tamara Drewe reinterpretaba la novela Lejos del mundanal ruido de Oliver Hardy, en esta ocasión resulta interesante observar cómo esta obra actualiza los patrones del mito clásico de Casandra.

Obviamente, Cassandra Darke no es una sacerdotisa: su sacerdocio está representado aquí mediante su dedicación al mundo del arte, donde las mujeres no están relegadas por la sociedad y obligadas a tener que vivir en un segundo plano. Tampoco ha jurado voto de virginidad, sino que a lo largo de su vida siempre ha estado evitando, de forma consciente, la relación sexual impuesta, algo de lo que siempre se ha enorgullecido (aunque ahora, en la madurez, también lamenta no haber sabido vivir libremente y no haber disfrutado de un “torbellino de pasión”). Más paralelismos: análogamente al personaje clásico, en la práctica escéptico y alejado de las creencias en unos dioses establecidos; nuestra marchante de arte afirma, por ejemplo, que su muerte ideal “sería la aniquilación insonora bajo una espesa capa de nieve”, y que no la importaría ser “un montículo más en una pintura de Caspar David Friedrich”. La estructura formal de la obra recuerda a la de Esquilo: en el intervalo de tiempo que transcurre desde que Cassandra descubre una pistola en el sótano de su casa y decide esconderla, la protagonista rememora los hechos que acaecen mientras tuvo alojada a Nicki en ella. Como sucede con la Casandra de Eurípides, la evolución moral de la Cassandra de Simmonds se debe al contacto con mujeres de clases sociales humildes; así, según el personaje va decayendo socialmente, va aclarando sus ideas y, como también nos cuenta Esquilo, su altura moral llegará a su punto culminante justo al final de la obra. En ella se despliega toda una galería de personajes femeninos que no hacen otra cosa sino que sufrir la violencia de esta Troya contemporánea en la que las ha tocado vivir. Como es habitual en la autora, al final, lo que se nos presenta es al ser humano como una criatura débil y endeble, y que además no es capaz de conseguir un sistema social que funcione correctamente y le proteja de esa debilidad, sino más bien al contrario: la acrecienta y le hace todavía más vulnerable.

Como puntilla a toda esta ironía, la autora introduce un chiste final: la versión masculina de Casandra sería el Ebenezer Scrooge de Dickens, afilada y acertada comparación. A pesar de que, finalmente, la historia deja margen para tener una cierta esperanza en la humanidad, no me cuesta demasiado imaginar a Posy Simmonds riéndose en su cubil de todos aquellos que han pensado que su última obra está basada en El cuento de Navidad.

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